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lunes, 23 de noviembre de 2015

Antes de leer, mirar

Eran las 9 de la mañana y tras muchas dificultades conseguí vestirme. Al salir a la calle yo era un forastero, un poco menos común. Personas que durante años veía en el barrio pero que a malas penas me respondían a un buenos días, me preguntaban qué me había pasado, nos reconocíamos siendo capaces de hablar, notando el timbre de la voz y nos mirábamos por primera vez, quietos en la acera.
Ritmo de pasos de cojo, sincopado. Me convertí en un tocador de timbales, con una partitura de tiempos y espacios dilatados, una presencia a ritmo diverso, bajo, sin necesidad aparente, un fondo. Ví lo que el día anterior no existía para mí aún estando allí. Había un arcén de hojas amarillas caídas de los plátanos al margen del sendero limpio de los caminantes comunes que superaban el mínimo de velocidad. Para avanzar jugaba arrastrando las hojas descubriendo que el otoño me esperaba en ese borde del camino. En los pasos estrechos los viandantes me evitaban para no chocar. En todo momento era la presa elegida para los cazadores que al fin podían apuntar para lanzar sus preguntas deteniendo mi cuerpo herido.
Cansado y dolorido al fin me acogió Alessandro. No sólo me llevó en su taxi sino que vio mi mirada y hablamos del tiempo. No del frío, el viento o las nubes de este cálido otoño, sino de la necesidad de tiempo para vivir. Era un taxista un poco menos común,  que no quería ir corriendo de un lado a otro para hacer el mayor número posible de servicios. Un taxista al que la crisis le había hecho dejar su empresa y 18 horas de trabajo al día para trabajar 8 horas siendo capaz de hacer otras cosas, buscándolas. Al llegar ante San Pietro in Montorio aparcó el taxi y decidió que iba a entrar en esta iglesia. Estando en Roma había decidido contemplarla, dejando espacio y tiempo para recibir tiernas huellas, dedicándose a la sensual experiencia de emocionarse. Yo, tras subir la escalinata cojeando apoyado en su brazo, fui testigo, lo vi y también sonreí, y seguimos hablando cómplices en un susurro, intentando descubrir en la oscuridad del interior las formas y colores que nos regaló Sebastiano del Piombo.
Eran implacablemente las 09,50. Mirar significa no ver todas las cosas, ni verlas completamente. Significa notar, hacer surgir alguna, cambiar el ritmo llano escalando o sumergiéndonos en las simas de la realidad. Alessandro se quedó no sé hasta cuando. Quería también visitar el contiguo Tempietto del Bramante, algo que ningún cliente le hubiera podido pagar o que siendo mucho más rico o famoso, tendría dificultades para contemplar, con esa mirada correspondida de amante cómplice, sin vergüenza pero con tacto, sin prisas pero con hambre, íntimos. Así los dejé, sinvergüenzas, Alessandro y el Tempietto, desnudos, sin telas ante sus ojos.
Hace falta tiempo para mirar y para mirarse. Sin embargo hay personas que han acostumbrado sus ojos a mirar: en un momento, mirándome y no sólo viéndome, Ángeles Albert me brindó su brazo para bajar unos escalones y me hizo traer una silla para tener el pie en alto. La directora no se había olvidado de este músico del fondo. Redoble de timbales para introducirnos en el maravilloso salón de los retratos.
Portada del nuevo libro de Joaquín del Valle-Inclán

Joaquín del Valle-Inclán se acercó para saludarme, preguntándome qué me había pasado y ofrecerme su libro, recordando mi petición del día anterior: ‘lo que es no es como es, sino como lo recuerdas’. Percusión en lenta cadencia, recuerdos que se hacen historia en la pluma de una persona que quiere y da tiempo para escuchar, para mirar, sin el ansia de rendir cuentas o ponerse medallas, con la paciencia reverente de quien sabe que la realidad es mucho mayor de lo que podría decir. Una de las pocas personas, además, en las que el tema de su conversación no es él mismo. Revivo su voz pausada y un poco trémula bajo un sombrero demasiado grande. Mi memoria hace ser lo que fue y quizás también lo que no fue sino sólo para mí.

Sentado al fondo de la sala, pierna en riste, acogí sin levantarme la sonrisa sincera y los dos besos de Patricia. A mi lado estaba la Zona de Obras que compré en su librería por sugerencia de Nico.
Hay un diseño que en algunos momentos consigo ver e incluso mirar contemplando con distancia los hilos de este tapiz o las teselas de este mosaico. He tenido que subir hasta esta colina, hasta esta torre, hasta el fondo de la sala, hasta mirarme con la nuca de Jano, para notar los colores y formas de las palabras de Leila Guerriero que poco antes había leído: ‘La gente es mucho más que aquello que hace –un escritor es mucho más que un hombre que escribe-,pero, hundidos en las cenagosas aguas de la especialización, solemos perderlo de vista’. Y aquí lo encontré. El libro de Leila, Paticia, Franciso Xavier con su Cuadrante, José María Paz, Juan María Alzina que nos convocó... todos hilos que me indicaban la dirección de un encuentro, ondulando con los vientos de mi querida Coruña. Otras veces había recordado a Valle-Inclán, director de la Academia, escritor que vivía Roma, pero ayer me encontré con él.
Nos hicimos capaces de mirar donde otras sólo veíamos. Capaces de reconocer su voz como familiar, sus lugares como vividos. De la mano de Dianella Gambini, paseamos por los paisajes italianos del marqués de Brandomín y con nosotros venía Ramón del Valle-Inclán. Dianella nos invitaba a tender el oído y asomarnos a varias rendijas -que bonita palabra en italiano 'spiraglio'-: salones, jardines, capillas, colinas, calles y las palabras que resonaban en ellos, confirmando su presencia, como en aquella callejuela de Gaeta. Detalles en los que ella nos hace escuchar la voz del escritor, viajar a su lado en un itinerario por Italia que sería mucho más de lo que sabemos que dijo o escribió.
“Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat” Hace falta mirar y no sólo ver para descubrir bajo el fango la posibilidad de una veste inmaculada. Divinas palabras, paradójicas siempre, considerando la pobreza de la tinta oscura, de la voz cálida pero evanescente, y la existencia de las personas comunes o  menos que comunes, las que podamos imaginar como más abyectas o más santas. También hoy, un día cualquiera, mal y bien se mezclan. Un pequeño grupo de personas lo revivimos, mirando, escuchando, con los ojos y el corazón bien abiertos. Yo, a ritmo de cojera, para aprender a ir más lento de lo normal, menos de los comunes.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Polizón



Cada mañana al levantarme digo un sí lleno de esperanza. Hoy, sin embargo, es un día muy especial. Quien más o quien menos, con el pasar de los años, siente que el propio sendero en esta vida está lleno de trompicones, callejones sin salida, pistas polvorientas, angustos desfiladeros, malos encuentros... buscando el propio camino -montañero, de valles o en la gran llanura del mar- todos intentamos otear el horizonte para no perdernos. En este camino que está hecho de tiempo o mejor, de momentos, quisiéramos que todos nuestros encuentros, nuestros pasos, nos acercaran a una meta, un centro de gravedad al que reconocemos como nuestro bien o lo que nos hace bien. Este caminar nos lleva siempre muy lejos, ya estemos siempre en nuestra pequeña aldea o por el mundo adelante: nos lleva a dejar tantos otros caminos, tantas personas, tantos lugares a cambio de los nuestros. Renunciar es siempre elegir y elegir de elegir, con-firmar lo que se con-fía. He sabido incluso de personas que  han caminado sobre el agua confiando en alguien: ¡qué poder el de esperar, fiarse y confiar! Feliz quien encuentra una isla, una roca, una barca, una mano: un buen bien que no se coma camino y caminantes como una locura de agujero negro. ¡Qué complicado soy! Hay veces, por miedo a caer en esta locura o seguro de que no existe ninguna isla, ningún mundo más allá de los confines establecidos, ninguna barca para navegarlos, por mí, por mi bien, dejo que mi camino dé vueltas sin parar, me saco a paseo. Otras veces, me parece tan increíble y difícil la aventura de confiar, de navegar con el viento de ese buen bien, que me embarco en dirección contraria como un Jonás que al final se precipita en los mares agitados.
Hoy es un día muy especial pues dejaré de ser polizón. Quizás haga algún viaje como polizón, pero no lo seré. 

Ayer por la tarde experimenté la sensación gratificante de sentirme destinatario aunque no merecedor de un paisaje, de una música, de unas palabras, de tanta compañía. Siempre he sido capaz de estar, de descubrir, de saborear sabiendo, de todas formas, que participaba del anonimato de esta gran nave, formando parte de esa ‘posteridad’ a la que tantas personas han legado trabajos que cualquier otro o nadie más habría podido hacer. Ayer, durante un concierto sentí que la sala con los retratos, la música de Mendelssohn y Dvorak, la vista maravillosa de Roma estaban dedicadas a mí. En el fondo de la sala repleta de gente, viajaba en una nave donde había un sitio para mí y yo contribuía a que ese sitio tuviera orejas y alma, quizás más orejas que alma: cada uno estamos dotados de algunos talentos y cualidades más destacados. Por algo será.
Hoy es un día muy especial. En este viaje en el que ya he encontrado tantas personas, en el que tantas viajan a mi lado y otras ya no, me doy cuenta de que no viajo de incógnito, que no me he colado en un barco en donde es mejor quedarse escondido y saborear las sorpresas desde las sombras. Barco, islas, tripulación no son simples coincidencias sino parte de ese buen bien que voy buscando. Espero también construirlo.
Por el maravilloso patio, antiguo claustro de la Academia saludo a algunos jóvenes artistas, tripulación de esta nave, y me siento alegre al caminar por esta Roma que veo también con sus ojos. Dejo las alturas del dios Jano para bajar a mis remos cotidianos, contento incluso por mis culpas, por esos bienes que han y me han devorado, dispuesto a seguir en la ruta –sea- recogiendo nombres, invitaciones, no ya como polizón y sin pensar que tantos otros lo son.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Una perla



-Ayer se murió Vespasiano. Me dijo Maurizio mientras saboreaba un buen café en via dei Serpenti.
Él está leyendo Los asesinos del emperador  y con esas palabras mi amigo me ha indicado lo que significa la inmortalidad literaria, una de las formas más bonitas aunque también una de las más pobres de lo que comunmente se llama fama: viviendo el tiempo del relato revivía la vida y la muerte de tantos personajes.
Mientras se moría Vespasiano, ayer, yo entraba en una sala, tras un precioso patio, en una preciosa colina sobre Roma. En la sala, una señora nos mostraba viejas fotos con sus historias, historias de la propia foto, de la época, y de quienes en ella aparecían. Con esas fotos en blanco y negro ella hablaba de los colores de una pequeña calle, casi una acequia que abandona via del Babuino para regar los pies de la colina de villa Medici. Colores de azaleas, del travertino de la gran escalinata de Piazza di Spagna, de mejillas sonrosadas y vestidos de hilos maravillosos que recogen el gusto de la Ciociaria, esa zona de campiña hoy tan industrial al sur de Roma, colores del antiguo y desaforado carnaval.
Valentina Moncada, que así se llama la señora, encontró hace años en un desván un diario de su tatarabuelo el cual había creado varios estudios para artistas en los que posteriormente tendría su sede la Associazione Artistica Internazionale. Este diario fue una semilla regada con dedicación, aplicación y curiosidad hasta convertirse en un libro: Atelier a via Margutta, cinque secoli di cultura internazionale a Roma. Junto a esta acequia abundante y fresca, flores y frutos, colores y formas de las más diversas especies, iban tomando cuerpo con sabor de cielo, agua y tierra romanos.

Margarita: una perla. Personas e historias de personas surgen en torno a este canal de vida. Los tiempos han cambiado pero el agua, quizás ahora discurriendo escondida, sigue invitando a enraizar, a nutirse, a descubrir en la tierra trabajada a arte, todo el substrato necesario para nuevos frutos. Margarita excava un poco en busca de una fuente: el archivo de la Associazione Artistica Internazionale. Ojos de agua, materiales e información que un camión hace tiempo se llevó sin saber aún hoy dónde están. Palabras que están detrás de los colores y las formas explicando la vida cotidiana, los lugares y el tiempo que luego se convierten en frutos de arte. Quedan esos frutos, no sus plantas ni sus hojas, llevadas por el otoño del olvido o el descuido. Hojas escritas con savia de esta tierra, que han recogido su aire, que han buscado su sol y sufrido los avatares de la intemperie, suculentas como áloe o enjutas como agujas de pino.
Margarita es una perla con mil reflejos de luces, de colores, que han ido creciendo entorno a una semilla de tierra. ¡Qué alegría encontrar estas perlas! Margarita es una persona, una flor y un trocito de tierra, una calle quizás, vestida con los más variados colores de mil historias, reflejo de todos los tonos de mil hojas.
Ayer se murió el Vespasiano que vivía gracias a mi amigo Maurizio mientras yo me encontraba con Fortuny y Picasso dando un paseo desde la Academia del Gianicolo hasta via Margutta.