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jueves, 20 de marzo de 2008

Sobremesa Nocturna

De la Gran Isla de Albión habían llegado rumores, noticias de una gran ciudad en el pequeño mediterráneo. Unos hombres que habían llegado en forma de fama hasta las regiones boreales. En la gran llanura de hielo, el eco de sus voces corría libre hasta que resonó en su corazón calentándolo con la imagen de los colores que no conocían. Y empezó la curiosidad.

Decían que allí se podía saber el sabor del sol, sentir el tacto del calor, nadar en la luz, pescar mil sonidos que formaban una sinfonía con los miles de colores. Y el elegido como el mejor de los que habitaban aquellas tierras emprendió el viaje.

Siempre habían estado las colinas junto al Tíber, siempre los hielos perpetuos. ¿Qué habrá hecho de aquel momento el del encuentro? En el caminar de las cosas y las acciones formando la historia, inconsciente o seguida-recordada ¿qué designio provoca la novedad que nace de la relación? Un camino para salir y llegar, encontrar y compartir.

Con el corteo de Carlomagno entró, como una comparsa extraña pero sin llamar la atención.

Se perdió en la menguada ciudad reducida a algunos barrios. Pero latía en germen tras los muros de sus basílicas, en los restos sepultados o camuflados en la vegetación como rocas sin significado. Y él aprendió a ver el futuro en el pasado. A sentir el latir acelerado de los ríos de miles de personas que respondían a los dones de la historia, de la Providencia, de una predilección de la naturaleza que no se cansa de estas colinas como si fueran su hijo pródigo: tantas veces sede de luchas, destrucción, derroche de vida...Tantas veces encarnación del regreso a ‘casa’, al renacer de nueva vida, del perdón y la magnanimidad.

Y ese camino, este lugar, mi vida continúa hoy por Roma.