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lunes, 11 de junio de 2012

Corriente

Todo cambia y sobre todo, se puede cambiar en un mismo instante, sin tiempo. Como Jano Bifronte, como los cien mil personajes de Pirandello, hay un lugar en Roma donde sin tiempo se juntan los cambios, desorientando y jugando con la ambigüedad de nuestro vivir: instantáneo y lleno de historia.

Se asoma a la ventana una mujer de unos 40 años. Una ventana alargada que va surcando la fachada como una lágrima hasta que la recoge un pequeño balcón a forma de frasco.



Las otras ventanas aparecen iluminadas delatando la vida que imagino en su interior.

El barrio permanece en silencio, elegante, lleno de luces, de portales misteriosos sin tiendas, sólo pocos paseantes en busca de alguna foto y algunos chicos que charlan sentados en las escaleras de un portal bajo una gigantesca araña que ha tejido su tela de cristal bajo el arco.
Indisturbado, el viento hace sentir csu voz, palabras consistentes que juegan con el gran candelabro del arco principal, una úvula en la boca de un animal de mil rostros.

Todos ellos observan, y también el de aquella mujer, asomada a la ventana. Veo que en su mano tiene un vaso de cristal, grande, pesado. Lo único que parece ofrecer resistencia a aquel viento en la noche.

-Te he dicho que vengas aquí.

Ella se da la vuelta, tropezando con el dintel. El vaso cae y se hace añicos. Algunos caen como una granizada sobre los coches aparcados. Indefensa, como en viento a través de una rendija, se cuela en la habitación, como si nunca hubiera estado allí fuera. Una fachada tan bella que parece no tener memoria de lo intranscendente y absolutamente vital.

-No hace falta que grites.

Se cierra la ventana como una almohada que ahoga sus voces. Tras un rato se apaga la luz y vuelve la fachada a su aparente quietud de tabla en un museo sin profundidad.
Sólo quedan el viento y el sonido del agua que sale como voz de las ranas en la fuente. Sólo ellos hacen que los espacios se llenen, indicando que pueden contener tantas, mil historias.

jueves, 22 de mayo de 2008

Ars Lunga

La noche pasó rapidísima en un profundo sueño del que no quedaban rastros de imágenes aunque sí la sensación de haber estado muy lejos.
El aroma del café fue el que dio un poco de conciencia a sus movimientos.
Seguía sintiéndose con una sensación de tensión como la que lo había acompañado hasta el sueño la noche anterior. No era sólo cansancio. La necesidad de conciliar las múltiples facetas que le presentaba su vida y la vida que contemplaba. Sabía que toda persona tiene sus secretos pero no se podía reducir la comprensión de una persona a una vida secreta. Hay relaciones que son difíciles de explicar e intenciones oscuras pero no se pueden reducir a complots inexplicables y subterfugios exotéricos que condicionan toda la vida. Ver en todo un misterioso lado de intenciones deja en penumbra el verdadero misterio de los claroscuros de la vida. Y Roma era sobras y luz en todo momento.
-¿Qué tal has dormido?
-Muy bien, gracias. Donde vamos hoy.
-La verdad es que no lo sé. Estaba ojeando el Roma c’è para hacerme una idea. Sabes, en esta ciudad con miles de eventos y lugares para visitar que son como un río de sabia, es difícil encontrar las fuentes que te indiquen donde tomar el agua... si es que no acabas enredado en la Red.
-Abre el libreto en una página y lee la primera noticia que encuentres.
-Ah! lo dejamos al caso.
-¿Por qué no?
-‘Piazza Mincio. Desde las 10.00 hasta las 14.00 Actividades para niños y mayores descubriendo la arquitectura del barrio del Coppedè. Visitas guiadas, juegos al aire libre’.
-Venga, vamos.
Era una mañana templada que presagiaba la primavera.
En Termini cogieron el autobús 86 y se bajaron en Piazza Buenos Aires, Piazza Quadrata para los romanos.
Pasando la fachada brillante de mosaicos de la Iglesia Argentina llegaron a la entrada del barrio como si fuera una ciudad aparte. La entrada es como un inmenso chaflán protegido por torres, pero sus piedras eran figuras que lo convertían en un palacio. Una mole medieval con arquitectura barroca, recovecos góticos, arcos de época imperial, pinturas que recordaban el renacimiento florentino, ventanas traídas desde el neoclásico nórdico de los Savoya... ’Artis praecepta recentis maiorum exempla ostendo’ Lo antiguo y lo nuevo, la vida cotidiana y lo extravagante, la geometría y las figuras, lo útil y lo supérfluo se daban cita convertidos en piedra.
Familias con sus niños jugaban entorno a la fuente adornada por pequeñas ranas, más prosaicas y rumorosas de las tortugas del Gheto. Varios animadores repartían colores, cartulinas y papel, organizaban juegos dibujados sobre el asfalto. Algunas personas más mayores se habían reunido entorno a un guía que teatralmente hablaba del edificio de la Araña, de el de las Hadas, de los Embajadores, Zodíacos, relojes de sol... como un mundo de sueños hecho realidad. Los pequeños jugaban y los grandes se contaban cuentos.
Un niño, gracil, bajito, de pelo corto y encrespado, corría de un lado a otro, se subía en las vallas, hasta que de repente uno de los animadores extendió en el suelo un gran rollo de papel. Una senda imaginaria y virgen que lo hizo dejar todo, coger sus rotuladores y construir su propio mundo.
Eneas se quedó mirándolo hacer. Movimiento irrefrenable y control, un camino blanco y un mundo interior de mil colores. Ese era el misterio que lo asombraba: mundos que se entrelazaban, que se superponían. El niño, el barrio, Roma, movimientos y quietud. ¿Qué será de ese niño? ¿quién lo verá crecer?¿Revolucionará el arte o conducirá un taxi como Armando? Su viaje, cualquier escena de cualquier plaza tendría ya sentido y al mismo tiempo un halo de misterio, de compleja sorpresa preparada por la Providencia.
Normal, pequeña, insignificante para la trayectoria del mundo, como la mano de aquella niña llamada Esperanza, era aquella mañana fría y clara.