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domingo, 28 de enero de 2007

Paulette

Era ya tarde cuando Eneas del Polo decidió volver dentro de las murallas de la ciudad recorriendo la via Nomentana. La bruma fría del Anienne seguía sus pasos en la leve subida hasta Porta Pía y se entretenía entre los plátanos del ancho ‘viale’ haciendo caer las últimas hojas tostadas de frío. Dejó a un lado la sutuosa entrada a Villa Torlonia y el recoleto parque de Villa Paganini en el que aún jugaban y se perseguían algunos perros. Construcciones de incios del s. XX, burocráticamente amplias para la nueva Roma, capital de la nueva Italia, se iban alineando a ambos lados. Llegó a un eterno semáforo ante los antiguas murallas que, con su definición, más que defender completaban la ciudad desde tiempos del emperador Aureliano. A su lado, un gigantesco ‘bersagliere’ de bronce con fusil y bayoneta parecía no tener la suficiente paciencia para respetar la inevitable espera de la luz verde. Con la mirada fija en la monumental puerta en el momento previo a iniciar una carga se mostraba inconsciente ante la violencia del tráfico. No obstante, el primer movimiento fue de Eneas al notar el destello verde. Mirando instintivamente hacia ambos lados, por si las moscas, su mirada se posó en una columna coronada con una mujer alada, la victoria. El semáforo ya estaba en ámbar para los peatones y empezó a temer el rojo, pues su paso era lento y los motores que lo circundaban rugían con la contagiosa urgencia de un gran premio de F1. Llegado a la isla de la acera sano y salvo se dirigió hacia aquella columna.

Cinco y cuarto de la mañana del 20 de septiembre de 1870. Los habitantes de Roma se despiertan sobresaltados con el sonido de los cañones. La gente, aún con sus gorros de noche abre las ventanas o intenta bajar a la calle a empellones para no perderse nada. Los gendarmes pasando a paso de marcha empujan con violencia a los que intentan salir a la calle. Los cañonazos retumban por toda la ciudad. Tras cinco horas se abre una brecha al lado de Porta Pía, en el muro de Villa Paolina. Pocos minutos de disparos y la Roma Pontificia deja paso a la Roma capital de Italia. A las 14.00 se firma la capitulación de la ciudad en la cercana Villa Albani. Una gran alegría invade las calles romanas por ser ya italianas.
Eneas despertó de su ensueño con el pitido de un conductor que quería salir de su aparcamiento ante el cine Europa. Dos coches, en segunda y triple fila se lo impedían sin muestras de arrepentimiento.

En ese momento su mente recordó, en este hilo inexplicable de historias e historia que construyen Roma, la imagen de Paolina realizada por Canova que había visto en la Galleria Borghese. En sus oídos parecían revivir las palabras del príncipe Camillo, marido de Paolina a Madama Letizia, madre de ella, comunicándole la muerte de su Paulette bien aimée aquel 9 de junio de 1825. Aquella Paolina que años atrás había sido la ‘Venus Vencedora’ en los salones de la aristocracia romana mientras su hermano Napoleón vencía en los campos de batalla de Europa. Y la imaginación y las malas lenguas ponen lo que faltaba en la historia de esta bellísima escultura. Hasta que el príncipe Borghese deja su ingenuidad ante los comentarios que le caen encima y decide llevar la escultura a Piemonte, abandonándola en una especie de cantina.

Su Venus de carne y hueso, sin embargo, no deja de rodearse de una corte de admiradores, artistas, caballeros, pajes, secretarios, médicos y damas. No basta. Roma la aburre y escapa con frecuencia a París para respirar un poco de aire internacional. El matrimonio se separa. Tras un vano intento de reconciliación ella empieza una vida itinerante de ciudad en ciudad, de amor en amor. Se enferma. La caída de Napoleón la sorprende cuando está en Napoli donde su cuñado Murat ha puesto a su disposición la Villa della Favorita. Durante el invierno va a encontrar a su hermano en la isla de Elba lugar en el que vuelve a aparece la ‘Venus Vencedora’. Arquetipo y figura juntos pero cada vez más distantes. Tras Waterloo Paolina regresa a Roma ya que es ‘princesa romana’ y con ella la famosa escultura que desde entonces descansa, siempre en su pose indiferente pero segura de su poder, en la Villa Borghese.

Con los Borghese queda su imagen pero Paolina vivirá en esta villa, actual embajada de Francia ante a Santa Sede, al lado de Porta Pia hasta poco antes de morir. La transforma, le da el explendor, que continúa a maravillar, de su belleza, elegancia y finura. En 1824 va a Firenze para pasar lo que le queda de vida junto a Camillo. Después de todo ha sido el que más la ha amado.

Eneas del Polo mira hacia lo alto de la columna. Mira el rostro de la victoria alada, gallarda y en pie y, por un momento, ve las facciones de Paolina, Venus vencedora. No, no es posible ¡Qué diversa la victoria de Venus y la de Marte!