Mostrando entradas con la etiqueta festival de las literaturas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta festival de las literaturas. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de junio de 2013

Hay sueños


Hay sueños que se hacen realidad. Esto no significa que se adapten a cronologías o determinados sujetos de carne y hueso. A veces se pueden hacer realidad con una forma que arde, que dura siglos, que habla a miles de personas, que se toca y se lleva, que convoca y sugiere y que a veces grita o sibilante susurra. A veces los sueños se hacen libro, o libro y piedra.
Anoche soñé, bendita ilusión... y los sueños siguen siendo sueños pero más reales porque ahora escribo y las letras atraen las memorias, como una textura en la punta de los dedos o los olores. Desde lo profundo llegan arrastrando sensaciones sin datos, una tela de impresiones que dibuja más vivamente, reviviendo.
Anoche Majencio entraba en su grandiosa basílica. Estaba en construcción y él tenía fiebre. Hacía pocos años –le parecían días- que había muerto su hijo Valerio Romulo, y hacía unos días –largos como años- que los restos de su ejército habían vuelto a la ciudad tras la derrota de Verona. Estaba entre la Paz y Roma-Venus, y con ninguna de ellas llegaría a un acuerdo. Entraba a grandes pasos en un espacio que había querido enorme, que crecía en altos ábsides y arcos, como un grito cuando nadie quiere escuchar. Quería elevarse con la grandeza de lo que siempre había sido y que, apoyada en esos arcos y columnas, era lo único que podría estar destinado a durar. No dejaba de sudar y ni siquiera el aire que parecía llegar, sorteando las construcciones entre el Palatino y el Esquilino, lo consolaba.  Se tumbó en el suelo. Todo seguía creciendo. Las paredes se perdían en una oscuridad de bóveda celeste. Unas palabras lejanas hablaban de sueños, de mujeres y hombres que los hacían realidad, al menos una realidad hecha de palabras, pero no las entendía.
En su sueño, Majencio entraba a formar parte de la base de un arco, se hacía silencioso e inerme, una serie de piedras rojas que se hundían en la masa cementicia. Entre la Paz y Roma había encontrado un lugar, construido no sólo con los ladrillos y mármoles de la nueva basílica sino con el tributo de su propia vida entregada a la restauración de los valores de antaño, cuando Roma no era sólo una ciudad, cuando ella era el oriente que irradiaba la luz y en la que encontrar la meta.
De noche, los arcos y figuras geométricas pasaban ahora a ser una pequeña fachada cubierta con la bóveda de la noche estrellada. El foro transversal había desaparecido pero aún podía notar la presencia de su hijo Romulo junto a la via Sacra. Constantino se había llevado su sueño a Bizancio, ni siquiera a Alejandría o Antioquía, a Bizancio. ¡Siempre tan progresista, tan innovador, tan amigo de todos, sobre todo de esos Licino y Maximino que le habían dado carta blanca!¡No sabe ni lo que quiere, pero lo quiere todo!
Saxa Rubra, piedras rojas, como las de esta noche de sueños hechos realidad. Las luces del sencillo palco dan tonos rojos a una noche cálida como aquel agosto del 312, un sueño de una noche en mitad del verano en la que incluso su basílica, su ciudad se le hacían pequeñas. No. No entablaría la lucha encerrado en sus muros.
Anoche, en mis sueños, mis ojos subían por los latericios buscando la bóveda del cielo y mis oídos seguían las palabras que sólo tantas literaturas podrían completar con armonías realmente de ensueño.