Hay sueños que se hacen realidad. Esto
no significa que se adapten a cronologías o determinados sujetos de carne y
hueso. A veces se pueden hacer realidad con una forma que arde, que dura
siglos, que habla a miles de personas, que se toca y se lleva, que convoca y
sugiere y que a veces grita o sibilante susurra. A veces los sueños se hacen
libro, o libro y piedra.
Anoche soñé, bendita ilusión... y los
sueños siguen siendo sueños pero más reales porque ahora escribo y las letras
atraen las memorias, como una textura en la punta de los dedos o los olores.
Desde lo profundo llegan arrastrando sensaciones sin datos, una tela de
impresiones que dibuja más vivamente, reviviendo.
Anoche Majencio entraba en su
grandiosa basílica. Estaba en construcción y él tenía fiebre. Hacía pocos años
–le parecían días- que había muerto su hijo Valerio Romulo, y hacía unos días
–largos como años- que los restos de su ejército habían vuelto a la ciudad tras
la derrota de Verona. Estaba entre la Paz y Roma-Venus, y con ninguna de ellas
llegaría a un acuerdo. Entraba a grandes pasos en un espacio que había querido
enorme, que crecía en altos ábsides y arcos, como un grito cuando nadie quiere escuchar.
Quería elevarse con la grandeza de lo que siempre había sido y que, apoyada en
esos arcos y columnas, era lo único que podría estar destinado a durar. No
dejaba de sudar y ni siquiera el aire que parecía llegar, sorteando las
construcciones entre el Palatino y el Esquilino, lo consolaba. Se tumbó en el suelo. Todo seguía creciendo.
Las paredes se perdían en una oscuridad de bóveda celeste. Unas palabras
lejanas hablaban de sueños, de mujeres y hombres que los hacían realidad, al
menos una realidad hecha de palabras, pero no las entendía.
En su sueño, Majencio entraba a formar
parte de la base de un arco, se hacía silencioso e inerme, una serie de piedras
rojas que se hundían en la masa cementicia. Entre la Paz y Roma había
encontrado un lugar, construido no sólo con los ladrillos y mármoles de la
nueva basílica sino con el tributo de su propia vida entregada a la
restauración de los valores de antaño, cuando Roma no era sólo una ciudad,
cuando ella era el oriente que irradiaba la luz y en la que encontrar la meta.
De noche, los arcos y figuras geométricas
pasaban ahora a ser una pequeña fachada cubierta con la bóveda de la noche
estrellada. El foro transversal había desaparecido pero aún podía notar la
presencia de su hijo Romulo junto a la via Sacra. Constantino se había llevado
su sueño a Bizancio, ni siquiera a Alejandría o Antioquía, a Bizancio. ¡Siempre
tan progresista, tan innovador, tan amigo de todos, sobre todo de esos Licino y
Maximino que le habían dado carta blanca!¡No sabe ni lo que quiere, pero lo
quiere todo!
Saxa Rubra, piedras rojas, como las de
esta noche de sueños hechos realidad. Las luces del sencillo palco dan tonos
rojos a una noche cálida como aquel agosto del 312, un sueño de una noche en
mitad del verano en la que incluso su basílica, su ciudad se le hacían pequeñas.
No. No entablaría la lucha encerrado en sus muros.
Anoche, en mis sueños, mis ojos subían
por los latericios buscando la bóveda del cielo y mis oídos seguían las
palabras que sólo tantas literaturas podrían completar con armonías realmente
de ensueño.