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viernes, 15 de marzo de 2013

Vario-pinto



Estaba hablando con Marta. Un poco antes mi paseo vespertino se había concluido anticipadamente por un cielo plúmbeo que amenazaba tormenta. Mientras escogía la sartén y troceaba los delicados espárragos verdes le contaba mis impresiones de via Nazionale. Una calle de una ciudad nunca es argumento para mencionar entre los nativos, como tampoco hablamos en casa del pasillo, al máximo es un contexto.

Allí me subí al autobús para volver a casa –contexto necesario- pero allí también descubrí que es uno de los pocos lugares dentro del dédalo de calles y callejuelas de Roma en donde puedes encontrar bancos para sentarte. Me gustaron. Sencillos, rectilíneos, de una piedra gris, negruzca y lisa, bien integrados en la acera. Sentarme en uno de ellos para esperar el autobús me permitió contemplar por primera vez esta ancha avenida.
Tras hacer un buen sofrito con ajo y espárragos había añadido un poco de tomate concluyendo así con gran satisfacción mi salsa para los spaghetti. Los espárragos selváticos con su intenso aroma hacían brotar la primavera en mis recuerdos culinarios; sólo faltaba espolvorearlos al final con un poco de queso ‘pecorino’ romano para completar el cuadro ‘bucólico’. Así que me senté con calma enfrente de Marta que jugaba con numerosos paymobil construyendo un mundo de animales, plantas, edificios, personajes... El agua aún no hervía.
-          Via Nazionale es... es muy...

Mientras pensaba en cómo traducir ‘variopinta’ en italiano, me daba cuenta de que era una avenida con un largo camino a la espalda. El vicus Longus romano que corría por el valle entre las colinas del Quirinale y Viminale seguramente había sido muy importante para acceder a la parte norte de la ciudad y a las Termas de Diocleciano con su mundo de relaciones sociales que hacían atractiva la vida del ciudadano libre dentro de la Urbe. Una calle romana, siempre estrechas desde nuestra visión, rodeada de infinidad de construcciones que alojaban la gran densidad de población de la capital del Imperio.

Vamos a ver. Dis-tinta: no basta pues falta la variedad. Di-versa: no, pues en cierto sentido el verso es siempre el mismo, modificado en aspecto por los siglos que lo van pintando.

Allá abajo, con el pasar de la historia -que en ciertos lugares de Roma en vez de gastar y consumir parece construir y aumentar- quedaba el caminillo de S. Vitale. Su humilde posición nos habla de un caminillo que serpeteaba como un sendero entre campos pues en el juego de este gran mecano Roma se había quedado reducida a una serie de islas, cúmulos de piezas, cerca del río o en torno a algunas zonas de especial interés. Subir y bajar, altos y bajos en los que la Historia se hace hermana mayor de nuestras historias.

Quizás ‘variegata’, pero le falta color... al final digo ‘variopinta’ confiando en la suerte y sí, existe, o al menos Marta me entiende y sus grandes ojos negros no se quedan ni perplejos ni sorprendidos.

Luego vienen las grandes construcciones de la nueva Italia: el palacio de exposiciones, el palacio Koch de la Banca d’Italia, destruyendo parte de villa Aldrovrandini, el teatro Eliseo, los hoteles con sus estupendas terrazas, la iglesia de S. Pablo ‘entro le mura’, la primera iglesia no católica dentro de Roma. Todo ello alrededor de una avenida que se fue ensanchando, creciendo como gran vía de comunicación para dar acceso al centro de la ciudad desde Termini.

Viriopinta porque en la unión de diferencias se crean novedades. Una unión que el tiempo hace convivencia. No se queda como una simple superposición, pero tampoco es una asimilación. Cada cosa sigue siendo sí misma, con carácter, aportando sus rasgos, virtudes y defectos. Nada más distinto, diverso y variopinto que un hombre y una mujer. Es difícil unir tanta diversidad, pero creo que es justamente esa distancia la que crea la novedad, la que hay en Roma. Tantos siglos de tiempo, de culturas, crean distancias que parecen incolmables... y, sin embargo, en Roma, en via Nazionale, hay algo nuevo y no la suma o yuxtaposición de elementos.

Los taxistas fuman y hablan ante S. Vitale y el Palazzo di Esposizioni, otros conductores dejan a sus clientes ante uno de los grandes hoteles. Gente con mapas que va a la búsqueda de los lugares más conocidos entorno a Piazza Venezia. Otros que van mirando escaparates mientras los vendedores de paraguas, ventando la tormenta aparecen por arte de magia.

Había llegado el momento de echar la pasta. Calor y agua que entrarían a formar parte de un cuerpo de harina ablandándolo, entrando en sus entresijos, moviéndose con el ritmo del calor hasta darle la capacidad de acoger los sabores que lo esperan. 
Llueve a cántaros sobre el cuerpo distendido de Roma, mientras nuestras palabras, nuestro tiempo, nuestros pasos, rozándola, la encienden.