Para caminar, sobre todo para subir.
Para recoger, con intención de compartir.
Para poder cambiar y también
para quedarse sin más problemas.
Para que el sol caliente la piel y darme
cuenta.
Ahora sé que hay momentos de ligereza que hicieron especial mi sábado. Cargado con el fardo de las preocupaciones, del
sentido del deber, de las responsabilidades, de las aspectativas, de la propia
historia, hay momentos de maravilloso equilibrio en que el tiempo y la propia
existencia se transfiguran. Ligero se hacen el aire y el tiempo que pasa como
una brisa imperceptible, como el trazo ligero dejado por los delicados dedos de mi hijo.
En ese instante que, como una
eternidad pregustada, no sabría indicar cuánto dura, las palabras surgen del
corazón con agua de recuerdos, imaginación, razones y sentimientos. La luz de
una jornada soleada se confunde con la luminosidad de las presencias:
compañeros de camino y personajes venidos del pasado que se aparecen como notas
de color entre la luz de un día especial.
'Volé tan alto, tan alto, que le di
a la caza alcance'... no como final de un lance sino como señal, como prenda de lo
que es tan real que no puedo abarcarlo de una sola vez.
En el Gianicolo, Jano abrió el momento y luego S.
Pedro con sus llaves ese cielo que por ser en la tierra se iba haciendo con
tantos pasos. Un itinerario que de reprente me iba dejando ligero, lleno de
todo lo que había sido y al mismo tiempo con lo único que contemplaba en esos momentos.
Hay ‘Roma-fanías’ que consuelan al
llevarte a rozar la eternidad de la que está preñada el tiempo.
El sábado pasado me he sentido
ligero, pronunciando a cada instante aquellas palabras de Salinas:
Todo dice que sí.
Sí del cielo, lo azul…
Es el gran día.
Podemos acercarnos
hoy a lo que no habla.
Hagamos tres chozas. Quedémonos con esta luz, presencia y no-tiempo para seguir aceptando, sin convertirlos en cargas, los eventos de nuestros días. Es el sentimiento de quien encuentra lugares que no pasan, que se quedan, que dejan huella. No son sólo lugares que han alojado a personas, sino que han pasado a formar parte de la vida -mía, de un grupo- que se caracterizan y nos caracterizan.
Sólo un gracias puede ser una
palabra para no hacer pesada la ligereza que me ha conquistado y seguir compartiéndola.