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jueves, 28 de marzo de 2013

Metáfora



Un patio, un jardincito, una terraza o un balcón, por bien pequeño que sea, parecen abrir un boquete, una claraboya por la que colar la mirada hacia las estrellas, hacia el aire, aunque sea el de una gran ciudad... o especialmente hacia el de la gran ciudad, como bien precioso y metáfora, vehículo que te lleva más allá de lo inmediato.
Para que exista esa metáfora he de descubrir ese punto inmediato, ese espacio con el que poder viajar a lugares más allá del tiempo, con confines nuevos. En Roma, un balcón es una alfombra volante, sorprendente y colorada desde la que poder elevarse y sobrevolar o descender en cualquier parte, una puerta que comunica con un país de maravillas. Para mí, en Roma, piazza Navona es mi balcón, el mejor ejemplo de una metáfora. Ríos inmensos se desbordan simbólicamente y en sus aguas navego hasta los rincones del mundo más extremos.
Piazza Navona es un deseo enviado al cielo en papel-piedra con sellos de agua. En ella se inicia el camino que nace al contemplar los propios deseos saboreándolos en un hondo respiro. Mirar la procesión del mundo, y quizás hacerse ver en este balcón con el lenguaje celador de un libro utilizado como antes se hacía con los abanicos.
Hoy el cielo se ha desbordado inundando las fuentes. Hoy las fuentes me han hecho navegar. Hoy he viajado en las corrientes de las historias que me rodean, brazos del pasado, remolinos de presente y deltas de futuro. Hoy sé que también yo me asomo o contemplo este balcón, mío sin propiedad, mío y libre como una metáfora que siempre es más de lo que es. Hoy he bebido de las conchas de peregrino que cela la simple fachada de Santiago. Hoy con pasos de gigante, en dos zancadas de atleta del Olimpo y con dos palabras de poeta en el Odeón, he dado una vuelta agonística a este balcón que me hace estar y salir del mundo.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Notas en piazza dei Massimi

“Cada uno de los momentos en los que se decide una doble opción sin más medios que la esperanza, siguiendo razones en busca de una razón que dirima los dilemas.
¿Hacia donde ir sin que nada de lo que ha pasado pueda decidir lo que haré?
Corre el vuelo de las horas, los empeños y si alguien se para para mirar se extraña, es un extraño que se pone fuera. Y fuera no existen fronteras, documentos ni residencia. Fuera todo es un viaje sin puntos de referencia y abierto a lo que pueda pasar. Fuera no es un lugar sino lo que de un lugar se deja como ajeno, como proprio de otros o al menos, sin propiedad. En un lugar nuestro se extiende nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras costumbres y deseos. De un lugar nuestro decidimos con casi la misma determinación que sobre nuestro destino y seguramente con más empeño, con más frecuencia y más radicalmente. Para tener un lugar nuestro pintamos y repintamos, empeñamos nuestras horas de trabajo y las opciones de nuestro descanso. Mientras fuera queda el reino de los otros, otros de la puerta de al lado, de la acera de enfrente, del otro barrio, .. siempre en la incomodidad de lo que está lejos, de lo que no es del todo nuestro hasta convertirse en un auténtico forastero. Fuera tiene que estar fuera, lejos, misteriosa y extraña, desconocida y difícil, inalcanzable por la costumbre, fría.
Fuera están los que no forman parte de mí, o quizás de mi familia o quizás de mi pueblo, de mi nación, del continente, del mundo. Cuanto más lejos está el fuera curiosamente el propio dentro, el propio lugar es más grande. Miras expansionistas. Quien mucho abarca poco aprieta. Si todo está dentro, no hay nada fuera, no hay límites ni formas, no hay un lugar distinto de otro ni lazos, razones, nada que se pueda llamar más cercano, más asiduo, mío nada.
Señor de todo y de nada.
Señor es lo que soy. ¿De qué? Mucha gente es dueña de sus cosas, de su tiempo, de sus relaciones, de sus empeños y consecuencias. Otros, a malas penas de su propia persona, otros sólo de la posibilidad de dar lo que son, reducido su centro al menos a seguir existiendo.
En plaza Massimo las pinturas están fuera. Quizás alguien de dentro ha querido mostrar algo a los de fuera. ¿Ganas de acaparar lo de fuera?¿usurpar o compartir?¿Tender los brazos para un abrazo o para atraparte? En estos dilemas existe una frontera, un límite, una pared de separación que tanto puede ser fachada y máscara que habla cuanto muro y antifaz que esconde.
Palabras lejanas, susurros de una voz desgastada por el tiempo, las imágenes de aquellas mujeres victoriosas son un ejemplo de un modo de entender el espacio de ‘fuera’. Es como si con ellas se quisiera luchar contra la intemperie sabiendo que, aunque se está mucho mejor dentro, protegidos y sin luchas, fuera es donde se encuentra todo lo que aún es otro, más o menos, de mí.
Compartir el tiempo, los espacios y los sueños con otra persona o quitarle su vida, condenarlo a no tener un lugar entre los vivos sino en los sueños del recuerdo. Dos acciones que parecen contradictorias y aparecen ante mis ojos como dos ejemplos de victoria, de heroicidad, de cariño: empezar una historia y acabar con un enemigo. ¿Hay algo tan grande que pueda justificar esta muerte, que pueda unir dos destinos? ”

Tras varios días buscando la misteriosa fachada Eneas la encontró en piazza Massimi, al lado de la siempre concurrida Piazza Navona. La buscaba con la ilusión del que viaja a un lugar que ha tenido un significado, un lugar descrito y vivido, haciéndose partícipe, al fin, de lo que un día fue un simple diario que le habían entregado, incomprensible y lleno de palabras rituales pero vacías. Ahora él escribía su propio diario añadiendo una hoja que colocó junto a lo que estaba escrito. El monólogo se hacía diálogo y teatro.

Antes de apagar la luz y cerrar el diario pasó una página. ‘Serpenteante, entre montes, hay una vía y una plaza con su fuente. Otra ciudad con algarabía de gitanos y un viejo pajar en el que incluso los piojos pueden llegar al cielo’.