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lunes, 28 de julio de 2008

Luces y Sombras

Quizás no a todos los visitantes de Roma les gustan las antigüedades, las historias, los cuadros, sus calles. Recientemente una famosa escritora en la sala del Instituto Cervantes de Piazza Navona veía Roma como una ciudad entregada a los turistas, a los servicios que estos solicitan, en la que el centro histórico se iba despoblando de la auténtica vida de los barrios para dejar sitio a la gente de paso, a los apartamentos alquilados por días o semanas. Cuanto más ciudad ha sido Roma tanto más ha atraído a gentes de todas partes. Quizás lo que ahora sorprende es que mucha gente no viene por lo que Roma es, para quedarse o tener alguna relación con ella, sino para usarla. Quizás era esta cosificación y mercantilización lo que había notado Lucía Etxebarría, junto con el tráfico caótico...pero eso que se lo digan a César o a Plinio. El problema no es el comercio sino vender a la propia madre. Mucha gente venía a Roma a hacer negocios, a cambiar el mundo, a encontrar inspiración o belleza, a rezar o a meterse en política. Ahora mucha más gente viene para hacer negocios con Roma. No se venden o utilizan las antiguas piedras para traerlas a casa (aunque algunas hay en los mercados) sino que toda ella se reduce a algunas piedras famosas como fondo para una foto, un lugar de paso del que todos poseen información, el nombre de un restaurante, edificios famosos... Menos viven en ella, cada vez más de ella.

De pie, esperando ante la Camera di Commercio, junto al edificio de los carabinieri que se 'preocupan' por los bienes culturales -no está nada mal la Sede- en Piazza Sant’Ignazio, se echa de menos a alguien que sepa dónde va. Creo que en esto tenía razón Maurizio Wiesenthal: ‘Lo que distingue a un viajero es que sabe siempre donde está la puerta. Un turista es un desorientado’. Y creo que es cuetión de espíritu y no tanto de carteles...o del casi inconmensurable número de despistados que deambulan por la ciudad, como una epidemia contagiosa. Entre ellos y los que la transforman para ofrecer servicios a los que los pagan sigue caminando nuestra lozana diosa Roma, un poco niña, como en la fuente del Campidoglio y un poco figura de cartón piedra a punto de arder junto al altar de la patria.
Es una maravilla que ahora todos puedan hacer turismo en Roma. Quizás, tras el quinto vuelo o en el quinto pino de algún barrio perdido de la ciudad, aprendamos a viajar.