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jueves, 19 de septiembre de 2013

Los dias



El tiempo empieza de nuevo ahora. Es difícil determinar el inicio o el final de un período, no sólo en la gran historia, sino también en las pequeñas historias de nuestras vidas. Los días se van anudando a veces sin aparentes cambios substanciales. Otras veces, un día como tantos otros se revela el amanecer de un tiempo que nos parece distinto: comienzan las clases en una nueva escuela, cambio de casa, cambio de ciudad, una cita... pero sólo tras el paso del tiempo, desde una cierta distancia, podemos darnos cuenta de lo que está pasando, de la novedad que se ha asentado dejando su color e incluso un peculiar perfume en todo el espacio del tiempo.
Hoy he sentido ese olor de libro nuevo recién abierto, de primeras lluvias, de aires templados... y, como una brisa, unos colores antiguos se han hecho nuevos, con una voz que hasta hoy nunca había sentido. Muchas veces, el tiempo nuevo no es una llegada de lo inesperado desde lejos, sino reconocer voces que siempre han estado confundidas entre otras miles o eran inalcanzables por nuestros límites. Hoy unas formas y colores han traspasado ese límite para visitarme desde un cuadro que ha hecho nueva la Galleria Doria Pamphilj.


Han dejado todo. Ya queda atrás la emoción del inicio, de la salida precipitada con poco equipaje, las esperanzas y miedos a flor de piel, la percepción de abandonar las sencillas seguridades de lo cotidiano. Ahora es cuando se dan cuenta de verdad de lo que está pasando. ¿Qué hacer? Descansar. Contemplar significa pararse. Cerrar los ojos es un sí, una aceptación confiada de los momentos, del propio cansancio, un abandonarse a los sueños como lugar de imágenes libres recogidas a lo largo del camino.


Tras ese punto de luz que rodea el lugar donde madre y el niño duermen, hay otros dos personajes que velan. Silencio y música, ambos, al servicio del sueño, de ese abandono del que acepta el camino y lo recorre notando cada paso, con tiempos que duran. El hombre es silencio, condición necesaria para que se derramen las notas, la belleza del sueño y de las dos criaturas que descansan. El silencio es siempre mayor, más antiguo, anterior, común, entre sombras. La música, voz divina, anunciadora de la eternidad, desnuda y ensimismada, es palabra que sugiere y se cuela en lo más recóndito de los sueños, acompañándonos en el abandono, más allá de la vida contingente y las fatigas: Quam pulchra es! Sus notas llenas de luz, sostenidas por el silencio más antiguo. El mundo se cuela através de una naturaleza fresca, con sus ocres y verdes. El mundo es una nota baja y constante que hace resaltar la melodía de los dos durmientes hecha ángel, mensajero de la novedad que constantemente nos acompaña sin verla.
Me parece reconocer los trazos del arte joven del autor en el silencio, en ese José - atril que sigue en servicio velando el sueño y los sueños.  Me sorprende su voz en la melodía, en el paisaje y rostro delicioso de María y su niño.
Dentro de poco retomarán el camino. Aún queda bastante hasta encontrar un lugar para pasar la noche. Éste es un alto, un lugar y momento que nos permite contemplar, no necesariamente razonar. Un lugar que nos acerca al cielo antes de bajar con el discurrir de los pasos. Lugar de la música como instrumento para ir más allá, para conquistar los propios sueños y, al finar, dejarse conquistar por el sueño. El camino es necesario, incluso huyendo o justo para huir. También lo son el silencio, la música, los sueños para no perderse.




** No he encontrado la música que aparece en la partitura del cuadro: Noel Bauldeweyn -- Quam pulchra es (la sigo buscando). Os dejo, en cambio, esta melodía que tanto me gusta titulada I giorni (los días) de Ludovico Einaudi.