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viernes, 5 de febrero de 2016

Niña, Roma

Niña italiana con flores. J. Sorolla. Cuadro pintado en Roma durante su estancia como joven artista becario


No me miras de frente aunque sabes de mi presencia.
Estás concentrada en la belleza de unas flores que no has tenido que pagar, una belleza que puedes sentir sin tener que comprarla. Y ellas son bellas ahora, por tu tacto, por tu mirada satisfecha, por tus labios que esbozan una sonrisa.
Cabellos desordenados, piel morena y no muy limpia pero sobre la que el sol consigue posarse iluminándola con reflejos cálidos. Una curva suave junto a tu cuello es la luna menguante, encendida en la noche de tu pelo. Luna sobre el Palatino devuelto al sueño del tiempo.
Silenciosa aunque con una voz que proviene de las callejuelas, de los juegos y algarabías de estar al aire libre. Voz bronceada y oculta.
Hablas y te escucho con una palabra que eres tú, que coincide contigo. Sólo tú te puedes decir sin traicionar lo que eres. Quizás las flores lo traduzcan en lenguaje de savia y perfume pero yo no soy capaz. Te me escapas. Trazos como lazos y mechones que siguen indómitos el primer viento.
Te alimentas de la blancura, olor, forma de las flores mientras pasas hambre. Y como el hambre te apareces en la vida cotidiana, doblando una esquina de cualquier calle. Podrías ser cualquiera pero eres siempre tú.
Niña, te quiero imaginar, dejando atrás el tiempo, sin saber cuál es la medida colmada de lo que puedes sufrir y sobre todo el fardo de cuánto harás sufrir –te aseguro que pesa-, niña con el vestido en jirones pero el alma de una pieza, ligera.
Niña y Roma.

martes, 21 de abril de 2009

Blanco y rojo

Un aroma de cebollas de Tropea y alcaparras lo guió desde el patio hasta el apartamento de Armando. Marta, saliendo de sorpresa tras la puerta con un ¡Buhhh! le dio la bienvenida mientras le contaba a toda prisa lo que habían hecho hoy en la escuela y blandía en su mano un dibujo de una carpa en el estanque de Villa Borghese. Hoy habían ido de excursión a la Villa.

Eneas, tras escuchar lo que le contaba, también le dijo que tenía un regalo para ella. Había mantenido su rosa en la mano, escondida tras sus espaldas y lentamente se la mostró. Las dos eran hermosas. Se la ofreció como un regalo suyo y del vendedor de flores de aquel chiringuito cerca de Piazza Vittorio. Hablando mientras la compraba, aquel hombre le había dicho que él todos los días llevaba a su mujer una rosa blanca. Aquella se la regaló, cuando le dijo que era para una pequeña amiga. Su mujer había muerto hacía dos meses y ya no tenía a quien regalarla. Ahora sólo le venían las lágrimas pensando en todas las que querría haber regalado.

-¿Se ha muerto como la abuela? Dale este dibujo de la carpa cuando lo veas. A la abuela le gustaban mis dibujos de animales.

-Mañana se lo daré. ¿Dónde ponemos la rosa?

-Aquí. Dijo Armando. Junto a esta amapola, la primera de este año. Hoy la ha cogido Marta en la Villa.

Cenaron contándose los viajes de cada uno en la jornada.

Tras la cena Marta le pidió a Eneas una historia antes de dormir. Se lavaron los dientes siendo uno el espejo del otro. Rápidamente Marta se puso el pijama, se acostó con Rosita, su ratoncita de peluche y Eneas empezó a hablar de una tal Salonina y sus aventuras en la Corte del emperador Gallieno. Tras unos minutos, el sueño los había vencido a todos.

Durante la noche, mientras descansaba, sintió como un mareo, como la sensación de volver a alta mar en el barco que lo había traído desde el lejano norte. Se levantó tambaleante lleno de una fiebre que venía de fuera. Escuchó pasos apresurados. Desconcertado salió de la habitación. Pasó por la sala donde habían cenado. La rosa y la amapola temblaron en su recipiente mientras Armando y Marta corrían a ponerse bajo el dintel de la puerta llamándolo con la urgencia de los náufragos inminentes. No había ruidos pero todo se llenó de un aire tumultuoso que se negaba a transmitir las voces alejando las personas como el viento en una tempestad.

La rosa seguía balanceándose apoyada en el recipiente de cristal, como un péndulo que recuerda la realidad del tiempo que sigue cuando todo parece acabar.

-¿Salimos? Preguntó Marta.

-No, tranquila. Ya ha pasado. Enciende la radio para ver qué dicen.

Armando lo dijo mientras iba hacia la ventana y se asomaba como para comprobar que aquellas viejas piedras seguían en su sitio. Algunas señoras en bata y zapatillas hablaban a grandes voces en el portal de una casa unos metros más abajo del antiguo convento. La noche era oscura y fría.

En la radio la descripción era terrible. Sobre todo por los silencios, las pausas en espera de nuevas noticias pasando la línea a los periodistas del lugar.

Soledad de la tierra por el silencio tras el grito de sus entrañas.

Soledad en las cosas arrancadas de los lugares que se han convertido en silencio.

Soledad de la gente ante la vida que se va en el silencio de tantas preguntas sin respuesta.

Muda, la rosa blanca seguía balanceándose junto a la amapola. Ante la realidad de aquellos silencios su realidad hablaba del silencio de otros bienes que hacen surgir esperanzas. Junto a la mancha roja más pequeña, su belleza no era un insulto sino una llamada a no aumentar el mal, a no caer en la desesperación siguiendo en el vacío del sin sentido, perdido para siempre en una selva oscura. Ante el incomprensible silencio que resuena en la realidad contundente del desastre no hay orden cósmico, no hay destino fatídico, no hay resignación ni holocausto propiciatorio que cambie el dolor y la historia de cada persona. Sólo quedan las personas y el tiempo que esperan una respuesta en tantas rosas.

viernes, 17 de octubre de 2008

Una Pizza al Taglio

Caminando por la ancha avenida del Viale Regina Margherita, con sus altos plátanos desnudos, notaban la llamada de los estómagos vacíos. Llegaron a Piazza Buenos Aires. Armando le ha dicho que en Roma se la conoce como Piazza Quadrata. La verdad es que no lo parecía. La fachada de la Iglesia Nacional Argentina con sus colores vivos en el mosaico lleno de ovejas y símbolos religiosos le hizo sonreír como ante un dibujo de un niño, sereno y claro tras las encinas seculares.
No quisieron parar en la pizzeria de la plaza, muy concurrida. Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña pizzeria en donde servía pizza ‘al taglio’, que se podría traducir como pizza al ‘detalle’. Polidori, era el nombre de la pizzeria y del propietario, un tal Luigi, ancho y alto como un armario, de paso lento y voz bondadosa. A un lado de la entrada una lápida, casi ilegible, recordaba que en aquel edificio había vivido un tal Alberto de la resistencia anti-fascista. Debajo las inevitables firmas que esclavizan los muros, obligándoles a decir palabras ininteligibles.
Eneas escogió un trozo con ‘mozzarella di buffala affumicata e funghi porcini’ y otro de ‘fiori di zucca con asciughe’. Pasta fina, crocante, bien cargada y llena de sabor. Perfecto para ese momento. Un ‘detalle’ en el camino de la jornada.
-A ver cuándo la abren. Hace años que dicen que la están a punto de abrir...y ahí sigue. Sería estupendo poder bajar de casa y dar un paseo por la villa.
-Bueno, tienes villa Paganini, villa Ada, villa Borghese, Torlonia...y también la Albani!?
-Sólo digo que no estaría mal para los que vivimos aquí. Total, para tenerla ahí cerrada y abandonada.
-Te parece a ti. ¿Has visto la entrada de via Salaria? Es estupenda.
-Estos Torlonia. Al final, no llegarán a un acuerdo con el Comune. Sabe Dios lo que piden a cambio.
-¿Sabes? en ella se firmó la rendición de Roma, cuando la ciudad dejó de ser del Papa.
-Al menos entonces había un patrón. Ahora todos mandan en su Roma. Ahí tienes el Enel, con su palacio de tubos y cristal.
Trozos y trocitos de vida y de historia. ¡Qué pizza! Hoy y ayer mezclados, pequeños trozos de una realidad más amplia en la que cada uno participa a su manera y escoge el peso que su glotonería o su hambre le dictan. El tranvía pasa rápido dejando mil chispas que incendian por un momento la calle, pequeñas partes de una gran corriente que recorre la ciudad. Como esa electricidad silenciosa y efectiva, Eneas sentía que en toda la ciudad había una energía que la recorría, que se manifestaba en los más insospechados lugares encendiendo pasiones, discusiones, historias que no se creaban ni se destruían. Todos las transformaban en los pequeños tajos de tiempo que tenían en sus manos.