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sábado, 3 de febrero de 2007

Quinto Sulpicio

Roma no es tan grande en cuanto extensión pero sus 30 siglos de historia crean un espacio inconmensurable. Dar dos pasos significa llegar a lugares lejanísimos pues es una ciudad en la que el tiempo se convierte en espacio, dilata los detalles hasta hacerlos relativamente extensos. Muy cerca de la Columna de la Victoria la muralla Aureliana quedó mutilada por las necesidades del tráfico, justo al inicio de la via Salaria. Es una apertura que parece innatural en el paisaje de la zona. Tras su primera impresión negativa, Eneas del Polo decidió tomarse algo fresquito en Friends, un bar de moda en la zona. Saliendo, ya era casi de noche, se sorprendió ante la blancura de un pequeño monumento: una pequeña figura togada de un joven en pose declamatoria con un volumen no completamente desenrollado. Era Quinto Sulpicio Máximo, joven poeta muerto a la tierna edad de 11 años. Había participado en el Certamen capitolino del año 94 concursando con otros 52 poetas. No había ganado el certamen pero había maravillado con su inspiración a los jueces. Y, según sus ‘infelicísimos’ padres (Quinto y Licinia), fueron justamente las Musas las que lo llevaron a la muerte por el ‘excesivo estudio y amor’ que les dedicaba. Y así quedó su vida como su inspiración trucada, volumen a medio abrir entre lo que ha sido y lo que podía ser. ‘Dies Manibus Sacrum’ Una dedicatoria escondida en la muralla y en la torre defensiva de la ahora inexistente puerta Salaria, como piedras e historia que daban fundamento pero no hablaban hasta que una decisión urbanística controvertida las sacó a la luz. Y el volumen volvió a quedar entreabierto ante los ojos de los conductores que lo ven sin mirar, en un rincón atemporal junto a la casa medival del guardián de la Puerta, entre semáforos, autobuses superllenos, gente que va de compras a la Rinascente y siente el temblor del tráfico que pasa bajo la plaza corriendo sin pausa hacia el Muro Torto. “Deten esta locura de Fetonte”, así grita Júpiter a Apolo desde el poema griego del joven Quinto. El padre de los dioses lo recrimina por haber dejado su carro un momento en manos de un irresponsable. Muy actual, pensó Eneas. Se alisó las plumas del pecho satisfecho tras haber puesto a prueba largos años de estudios de paleografía ¡Cuántos Fetonte humanos jugaban con fuego al no respetar la naturaleza o la historia que tenían entre manos! Ahora tenía que volver a su alojamiento a toda prisa. Era tardísimo y llegaba tarde a una cita importante, el inicio de la misión que lo había traído hasta la lejana Roma.