Mostrando entradas con la etiqueta santa maria maggiore. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta santa maria maggiore. Mostrar todas las entradas

jueves, 31 de diciembre de 2009

Algo nuevo

Al bajar del autobús en Termini, el aire fresco de la noche y esa alegría que le recorría como un río subterráneo, le acompañaban haciendo ligeros sus pasos. Su caminar era confiado, como los niños que no se preocupan por el tráfico o la dirección cuando están cogidos de la mano. Iba mirando a los ojos a las personas con las que se cruzaba por via Giolitti. Al llegar a la piazza de Sta. Maria Maggiore se imaginó en lo alto de la columna. Y seguía sonriendo. ¡Qué pequeño era él y las pocas personas que a esa hora lo rodeaban! Se dio cuenta de la extraña ilusión en la que estaba viviendo cotidianamente: se dio cuenta de que justo un segundo antes pasaba por la plaza como si él fuera el centro del mundo, como si la plaza fuera el centro del universo, como si todo existiera porque él existía. Ahora, por un momento, le parecía estar lejos, asomándose como uno que vivía en las nubes. Cada objeto, los movimientos lentos vistos desde su altura, le sorprendían y se llenaban de matices diversos, de contrastes. Y era divertido. Muy cerca, en el foro, estaba el llamado Umbelicus Urbis cuando Roma pensaba ser el centro de un mundo eterno que abarcaba todo lo divino y humano.
Un lunático, uno que está fuera del mundo, uno que proviene del Finis Terrae: u olímpico divino o ícaro imprudente. ¡Qué grandes pretensiones tenemos en la Tierra! Como si fuera el ombligo del Universo, como si todo lo que existe dependiera de este pequeñísimo planeta y de estos seres racionales que hemos llegado en los últimos segundos de su existencia.
Ante esta inimaginable extensión de tiempo y espacio sonreía de nuevo pensando en su preocupación por el viaje, los billetes, los futuros empeños de su cargo, su pequeño gran país helado.
Embocó via Merulana y como era tarde y no había cenado entró en una pizzeria al ‘taglio’ en donde pidió un trozo de pizza y un supplí.
Seguía en ese momento atemporal... y eran ya las 12 de la noche. Junto a él una pareja de unos 50-60 años parecían también disfrutar de su propio mundo. Brindaban y escuchó un ¡Feliz día nuevo! Un beso y una mirada cómplice. Estrenaban un nuevo día, celebraban un tiempo nuevo, el suyo, en medio de este inmenso universo que continuaba girando en un tiempo inimaginable.