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viernes, 5 de marzo de 2010

Narcileones

Nubes altas hacían que la aurora no traspasara con su luz los cristales de la ventana. Sabía que era el momento de levantarse de la cama pero esperaba algún movimiento, algún sonido que le indicara que alguien ya había inaugurado el nuevo día y lo esperaba.
Los pasos en el pasillo de techo altísimo eran la señal que estaba esperando.
-Buongiorno
-Buongiorno, ¿hoy qué piensas hacer? Ayer no te ví entrar ¿volviste tarde?
-¡Cuántas preguntas! Tomemos un café.
Ya la maquinilla estaba borbotando la densa y cremosa espuma. Dos tacitas.
-Sin azúcar, gracias. ¡Ah!
El torpor de la noche, de todas formas, no quería irse.
Armando le hablaba ahora de un extraño sueño. En la oscuridad, entre coches que dejaban estelas de luces, en una calle sin edificios que detuvieran al menos la curiosidad de los ojos, una mancha de luz quedaba mendigante al borde del tráfico.
Piedras viejas recién limpiadas, pequeños árboles apenas plantados, bancos que conservaban el brillo del barniz, todo como un regalo demasiado nuevo para los conductores que nada esperan. Movía a piedad y compasión, mezcladas con un punto de rabia justiciera. Empezó a escavar un foso, como una enorme trinchera, pero no era para refugiarse o construir un muro, era para meterse bajo tierra, bajo aquella piel maquillada, tocar los huesos de piedra de aquella pared-rostro que desentonaba de todo el resto. Escavando llegó a un pequeño hilo de agua que se perdía en mil gotas entre tubos, alcantarillas y cimientos.
‘De repente me di cuenta de que a mi espalda oía el rumor del agua de un río. Cada vez se oía más distintamente. El agua empezó a subir hasta inundar todo y llevarme con su corriente. La corriente había arrastrado también una multitud de coches que avanzaban más lentamente que yo. En el agua serprenteaba entre ellos. No sabía cómo salir de aquel río hasta que ante mí apareció una especie de torre antigua, como una isla que dividía en dos el curso del agua. Estaba rodeada de una reja a la que conseguí agarrarme. La corriente tiraba de mí con violencia con unas manos frías implacables. Al final, pude ascender lentamente por la reja hasta llegar a una de las paredes de rugoso ladrillo de aquella construcción. Un pilar sin puente, un lugar al que no se llegada desde ninguna parte, algo que no tenía sentido pero que me hizo descansar. Rendido me dormí en sueños.’
Marta entró con su mochila y una hoja en la mano.
-Papá, mira lo que he dibujado. Es un narcileón.
-¿Un qué?
-Lo contrario del camaleón. Es un animal que me he inventado, al que le gusta mucho mostrarse y llamar la atención. Aquí está en una jungla y se ha ‘mimetizado’ de oveja.¿Te gusta?
-Es muy bonito, aunque extraño. Parece que está a punto de explotar con las ganas de hacerse más grande.
-Tendrías que verlo convertido en foca en el desierto. ¿Qué me has puesto para merendar?
-Tostadas con mermelada. Vamos, que si no llegamos tarde.
Tras dejar a Marta en la escuela Armando le dijo que lo llevaría a dar una vuelta en su taxi. En medio del tráfico de la mañana Armando conducía con un instintivo espíritu de competición. Sin embargo, no tenía prisa. Sólo quería mostrarle dos lugares en los que la ciudad se había adueñado de su sueño: una fuente entre la colina de Villa Glori y el río Aniene y los restos de una construcción romana en el ‘quartiere africano’; la Fuente del ‘Acqua Acetosa’ y la ‘Sedia del diavolo’.

Son lugares en los que el tiempo hace sombra. Es como la figura de un viejecillo de paso lento que se nota a leguas a la entrada de una disco, destacándose no por su líneas imponentes sino por negación de sus contornos. Un narcileón involuntario que el tiempo ha dejado al descubierto, mal colocado en el juego del animal y su hábitat. Eran como ninfas que intentaban jugar entre prados, amores furtivos y manantiales de salud a las que el tiempo descubrió con su linterna desnudándolas del vestido de sus bosques. Los traicionó su sombra. Sus figuras quedaron recortadas, sin cauce, sin el volumen de un cuerpo. Antes se notaba su escondido escondite. Ahora se ve imponente su sombra, la incongruente ausencia de su contexto.