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martes, 20 de enero de 2009

Unos pasos

En aquellas salas Eneas empezó un nuevo viaje dentro del viaje. Se hizo personaje, descubriéndose en busca de un autor, interpretando un papel que estaba ahí para él desde tiempos arcanos.

El sol vestía la montaña con su luz, las fieras impedían el camino, la mano amiga de Virgilio, el miedo... y junto a Dante también él se preguntaba ¿por qué yo? ¿por qué debo emprender este camino que tantos más ilustres han recorrido? Ver, observar, pensar. Conocer las historias de las personas, la profundidad del alma, sus hechos, debilidades y grandezas en esta Roma, infierno, purgatorio y paraíso de la historia y puerta de acceso a un mas allá que inicia en la propia historia. Meditar con las fuerzas y capacidades, con la imaginación y la voluntad que rumian lo visto y pensado, lo pasan por la propia vida en la esperanza de un cambio, mientras los pies siguen la mano de un amor, de un querer: illo feror quocumque feror. Hasta llegar a la contemplación, a esa unión fecunda con la belleza en que las palabras se hacen realidad, se hacen caricia, en silencio.

Un camino por aquellas salas. Los pasos que resuenan en su silencio. Solo. Lugares inexplorados en los que las palabras escritas hacen despertar las manos de los pintores, su imaginación, sus sentimientos y resuenan en las salas del interior del alma como voces nuevas. Incluso la locura, la razón perdida que viaja hasta la luna, dando lugar a la ira, la pasión. Pasos que resuenan que pisan por primera vez regiones de nuestro interior. Ahora también se siente como Orlando. Cada personaje es él. Se descubre en ellos con la guía del arte. Los pasos del arte resonando en lo recóndito de las salas de su sentimiento y su razón.

Herminia que se disfraza, sale de noche, busca, fracasa, huye, se refugia, encuentra la sencillez de los pastores. Soy yo, dice Eneas. Y recuerda la investidura antes de salir, el embarco en medio de las brumas de la noche polar, su miedo ante lo que vendrá, el fracaso de llegar y no encontrar a nadie, el refugio en la tranquilidad de la casa de Armando. Soy yo. Luchas de amor y desengaño, de encuentros que se realizan o quedan en un anhelo constante.

Entretanto descubre la belleza que se esconde en las palabras, en las imágenes. Guerras, pecados, miserias, selvas oscuras que existen, que dan miedo, que lo inmovilizan ante la devastación, que lo hunden en un mal que parece irremediable, que está también dentro de él. Y, sin embargo, puede caminar entre los peligros, entre los desastres porque siente que existe con igual realidad el calor fluido, centrífugo, constante, de una belleza hecha amor que corrobora su existencia, que le da la medida de su valor y le hace salir de sí. ¿Una locura?

Eneas ya no se siente solo. Es un heredero de tantas personas que lo quieren, que sin saberlo lo han querido en su historia o simplemente han querido, sin más. Movido por la esperanza sale de villa Massimo para seguir su camino por la ciudad antes de volver a su tierra ¿qué lo espera? ¿a quién encontrará? Buscará las historias, las palabras en tacto de piedra, color de aire o vibración de sonido hasta encontrar la belleza que lo acompaña. Su pequeñez la ve ante los cristales del portal traspasando el umbral de la puerta.