viernes, 16 de noviembre de 2007

Ante la entrada Barberini

¿Qué has venido a hacer al cálido invierno de Roma? Tímido y reservado. En grupo, no eres capaz de expresar tus sentimientos encontrando una forma compartida, dejando que este sol arda en una explosión de notas, o en el símbolo certero que llena y remite a la realidad plena. En tu corazón todo se quema lento y sin llamas, sin palmas de alegría vistosas.

Ante la multitud y la luz fuerte quieres esconderte en la segura penumbra del anonimato. Heredero de un trozo de hielo, sin corona, sin tierra, estás ahora sentado ante la sólida fachada de los Barberini. Echado en la vida como una cometa a un viaje necesario por una absurda ley de sucesión. Una obligación que a veces se convierte en entusiasmo por descubrir pero que la mayor parte es nostalgia de la simple horizontalidad de las landas heladas.

¿Por qué este viaje a un mundo al revés, inclinado?¿Por qué el cruel juego real de contar mentiras? Todo se alza con un estruendo de cálidos colores que confunden diciéndote que no eres capaz, que nunca serás capaz de retener una milésima parte de lo que ves, hueles, tocas, gustas, oyes o imaginas.

Sólo una gigantesca isla de hielo podría sostener tu fragilidad. Esta tierra con sus detalles abruma y pesa como un fardo atlántico. Y tú sólo eres Eneas. No eres culpable de tu nombre ni de tu historia ¿Por qué has de recibir en tu herencia esta historia que te une a lugares tan terriblemente reales llenos de millones de vidas?

Para tu tranquilidad y la armonía del mundo ¿no era mejor permanecer en tu mundo conocido de estable simplicidad en el que tus actos caen en un estanque helado sin ondas aparentes? ¿No es mejor una voz clara que se difunde o el sonido del viento, del mar, en vez de los mil sonidos que se entrecruzan sin solución, en donde el silencio es una joya extraña que esconde la ciudad en la noche del miedo con la certeza de que un día u otro se la robarán?

Superponiéndose en altura, en profundidad y en la impenetrable sucesión de espacios ante ti ese espacio muestra toda su capacidad de misterio. Te quedas como la ausencia al partir sin alma e ir con alma ajena entre la historia, las historias y tu historia. Has aceptado la tuya y sin saber por qué ahí estás, en un cuadro que te ve junto a los cascotes y a los soldados alemanes muertos en Via Rasella mientras pasan veloces 4 caballos negros perseguidos por abejas de oro y verde y entran jadeantes en el sendero que conduce a palacio.

viernes, 19 de octubre de 2007

Las mil y una Romas


-Muchacho, despierta. Armando lo sacudía con fuerza.
-Veo que el aire romano te sienta bien o acaso son las penumbras de la iglesia. Tengo una hambre terrible.
-Sí, yo también. Tras este descanso sería perfecto un buen plato calentito.
Ven, conozco un lugar estupendo aquí cerca.
Por un momento las ramas de los enormes plátanos de Via Veneto parecieron saludarles como triunfadores que se mostraban a la ciudad saliendo del templo.
Bajaron hasta piazza Barberini. En el semáforo, esperando la luz verde, Eneas se quedó parado un instante mientras Armando atravesaba en rojo, a la romana. Escuchaba el sonido del agua. En medio del tráfico era uno de sus sonidos preferidos, que lo tranquilizaba y por un momento le devolvía la ilusión de la naturaleza. Se dio la vuelta y contempló una curiosa fuente en forma de cocha abierta con tres abejas. Armando, viendo que Eneas no lo seguía volvió a cruzar en rojo en sentido opuesto.
-Aquí estamos en la zona Barberini y sus abejas están come en casa, aunque estas les trajeron mala suerte.
-¿Por qué?
-Así dicen, no sé bien por qué. A ti que te gustan las historias y vienes para empezar la tuya podríais investigarlo. Sé que tiene que ver algo con ese número romano escrito en la concha.
-XXI, y ¿qué pasó en el año XXI del Pontificado?
-Ah! No sé. Es cosa tuya. ¿Te gusta? Yo siempre la he visto aquí pero mi abuelo se acordaba de cuándo la pusieron en el año 20. Es una fuente extraña aquí escondida. Pero el agua es buenísima.
-¡Qué extraña esta plaza!
-Ven, vamos, está en verde.
Pasaron ante el hotel Bernini, ese cubo con la típica arquitectura de la época del fascismo italiano y cruzaron hacia el centro de la plaza entre los pitidos de un taxista con mucha prisa.
Mirando hacia el hotel a la derecha se elevaba la mole del Palazzo Barberini. Parecía que la calle que subía hacia Termini lo había encajonado en su altura, como si tuviera miedo de asomarse al tráfico o éste lo hubiera invadido en su tranquilidad.
-Hasta hace poco esta zona alta era una lugar apartado. Mi abuelo me contaba de cuando via Veneto era parte del estupendo parque de la familia Ludovisi y el palazzo Barberini se extendía sobre esta calle que han abierto, cuando antes de que construyeran el hotel estaba la famosa Ostaria del Bajocco, lugar de encuentro de artistas y vividores que subían a esta plaza retirada del centro. Ya ves, ahora hoteles, taxis, tráfico incesante, coches oficiales, un cine enorme...
-Sí, parece como si un artista hubiera querido mezclar varios cuadros en uno, como si no terminara de decidirse qué objeto ni época le interesa más. Sólo que en este cuadro, en la vista de la plaza tendrían que entrar también las otras dimensiones. Tendrían que entrar los techos de aquella casa de la esquina, ¡has visto que artesonado de madera labrada!, los lampadarios de la otra, el balcón que está junto a aquella otra calle, la de S. Basilio, y las salas, altísimas de las que sólo se ven colores brillantes, del palazzo Barberini.
-Después de comer iremos si tú quieres. Hoy es mi día libre. Así entro en este Palazzo. Toda mi vida pasando por delante con el taxi y nunca he entrado. No sé ni lo que hay. En el periódico hace unos meses he visto que han inaugurado una parte nueva del edificio que antes ocupaban los militares. Dicen que es un pedazo museo.
-Sí, vamos. Pero, mira, ahora que estamos cerca. Te has fijado en que la fuente del Tritón no tiene nada en ‘piedra’. Todo está convertido en naturaleza, en símbolo, en movimiento. Nada es una línea, no importa la piedra sino su alma, lo que representa, como si su duro rostro se transformara en el de un actor con una máscara de acción. Su voz sería la del agua saliendo amplificada de la concha que alza el Tritón. No son las líneas sino el movimiento, no es la belleza, la armonía o una idea sino el fluir, las emociones, los contrastes, la Roma que se descubre contradictoria, mitad humana-racional y mitad pez inaferrable, oscura como el fondo del mar, pasional como sus corrientes. Es estupenda esta magia de contar con la piedra, de transformarla en actriz en el escenario de Roma. Roma podría ser el devenir, Lisístrata o una ninfa del agua, como aquella escultura femenina que está en el Museo Clementino del Vaticano. Un movimiento. Bernini sería el guionista y actor desesperado, condenado a gritar en su papel a través de la piedra.
-Ya estamos. Venga, que son las 12 y media. Deja el Tritón para la sobremesa que si no no encontramos sitio en le Colline Emiliane. Ya se me hace la boca agua pensando en el ‘spezzatino’.
-Voy. No tires que ya voy.
Al poco estaban bajando por la estrecha calle degli Avignonesi, como otra Roma de adoquines entre la baraunda de la plaza y via del Tritone.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El sueño de la dolce vita

“Sólo en sueños, en la poesía, en el juego –encender una vela, andar con ella por el corredor- nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.” J. Cortázar. Rayuela.

Tenía los pies deshechos, balanceando sus cortas patas mientras el cuerpo intentaba buscar una posición para relajarse en el incómodo banco. Acababa de entrar en la penumbra de la iglesia de Sta. Maria Inmaculada, al inicio de Via Veneto. Antes de concluir el tercer tramo de la escalinata había entrado sin darse cuenta en la cripta. Había subido las escaleras pensativo y cansado siguiendo con la mirada y con sus pasos los pies de otras personas que se dirigían a una puerta que se abría en el amplio rellano.

Al salir había buscado la entrada de la iglesia como un refugio, como una altura sagrada en la que entrar en contacto con lo divino dejando por un momento el recuerdo de la dura tierra.

Entrando a la derecha se había detenido a contemplar el victorioso S. Miguel al que Reni dotó de expléndido manto rojo imperial, de fina y derecha espada que más parece una joya junto a su rostro asexuado de joven lampiño, de una cadena que parece en su mano una correa de paseo delicadamente sujeta a su mano gordezuela. Alas que brillan teniendo al fondo una larguísima cola que se enrosca buscando la presa, delicado vencedor y dominador de la oscura anatomía violenta del mal: rostro bien definido, siempre reconocible y virilmente pasional con manos que resisten –jamás rendido- con el apoyo de la tierra. Se sentó y sus ojos, a pesar de la dura madera, se cerraron.

¿Quién es mejor maestro que yo para enseñarte a ser lo que eres y que no serás jamás perfectamente lo que quieres ser? Una sombra vestida con sayo marrón lanzó su pregunta desde la penumbra del ambón.

¿Quién mejor que yo se presenta ante los ojos de Horacio para indicar lo escondido en cielo y tierra ante los sabios y poderosos?

¿Quién si no yo ha llevado la perfecta ofrenda a Júpiter Feretrius presentando como despojo del vencido mis propios huesos, resultado de un duelo entre pares?

¿Quién pescaba en el mundo de los sueños los futuros números que daban la riqueza mientras no guardaba ni una mísera moneda para pagar al barquero que transporta a esta otra orilla?

¿Quién como yo ha saboreado el aire templado de Villa Borghese tras los Laudes mientras cantaba a la hermana madre Tierra que ahora me acoge en su seno en espera de la nueva Vida?

¿Quién mejor que yo conoce la dolce vita, yo que la he dejado y sigo viéndola ahora desde las cuencas vacías de mis ojos? La figura, diminuta y exigua se mostraba ahora con claridad, se imponía en el sueño de Eneas como los rostros sin carne que había visto poco antes en la cripta: sin facciones, impersonal, inatacable en la aparente inercia de un cementerio, lugar del sueño.

viernes, 27 de julio de 2007

Infierno

Eran ya las 10 y media cuando Eneas entró en la pequeña iglesia barroca ricamente decorada de mármoles, angelotes, glorias nubladas en las que la pintura y la escultura jugaban a engañarle, como la fachada del arquitecto Soria, como el rechoncho Moisés con el que se tapa más que culmina el acueducto alejandrino, como Piazza Esedra o de la Repubblica, como los inmensos espacios que se esconden tras la fachada de laterizio romano de Sta. Maria degli Angeli. Todo parece un trapantojo, un juego en el que la sencillez de las historias que se suceden dan como resultado una complejidad terrible.

Armando se había quedado fumando un cigarrillo bajo uno de los naranjos de via XX Settembre, ignorando tanto el tráfico como los macizos y seriotes edificios ministeriales. Largo Sta. Susana con sus dos iglesias y su nombre contrasta con el ambiente ‘importante’ del cercano Ministero dell’Economia, la gigantesca publicidad de Armani al lado de Banca de Italia. Como un marca-senderos los naranjos venían desde Porta Pia hasta la misma puerta de Sta. Maria della Vittoria, bajitos, cargados de fruta, como de juguete en medio de tanta ‘roba seria’ como dicen en estos lares.

Las Náyades habían dado al duro metal curvas sensuales, las lucidas columnas del Grand Hotel parecían estar preparándose en la línea de salida en competición con los leones de estilo egipcio que guardan como gatos el fontanón del sucio y rechoncho Moisés. De la luz a la penumbra constantemente. Cerró por un momento los ojos apenas transpasado el umbral. Se sentía mareado. Demasiado café, demasiadas imágenes para los primeros 500 metros de la ciudad, cómo seguir en esta selva de historias. La vida, la ciudad es un sueño y un teatro en el que no acababa de encontrar su papel. Llegó como un ladrón el desánimo, sin motivo. Como una visita que rompe los cerrojos de las seguridades. Como una injusticia que es siempre posible pues el gran engaño parece la propiedad de los sentidos, el ser dueño de lo que se vive o creer saber que se está viviendo.

“Derrota es el infierno de perder el sendero de la esperanza”. Decía su antepasado rey del Polo en su diario-herencia para sus sucesores que emprendieran el viaje a Roma.

Nunca se había sentido tan lejos de sí mismo, de su historia. Veía con los ojos cerrados las imágenes de la memoria como las ve un moribundo llegando a la meta, a la muestra en donde dejar las aguas que ha conducido. Aspiraba el aire de la pequeña iglesia saboreando los olores como única medida del tiempo. Todo se perdía constantemente. Él era todo y nada.

Como sonámbulo avanzaba por la nave de la iglesia, recogiendo con el tacto las huellas de las cosas pues todo se había ya marchado: las manos, los ojos, las palabras, las batallas, las pasiones y la esperanza que lo habían traído y de los que habían construido el mundo en el que estaba. Aquella mano de niña que lo guiaba ¿dónde estaba? No la reconocía en los angelotes ni en las huesudas de la muerte figurada. ¡Cuánto daría por ser encontrado! Salvado por los pelos como los marineros que había visto naufragar, asido por una mano que estaba fuera del peso muerto del agua profunda.

Sus ojos se agarraron al final a aquella mano blanca, abandonada. No luchaba, no se denodaba ni debatía. Arrastraba hacia lo alto el peso de su pequeño cuerpo prendido en la invitación a una danza, a un beso delicado, al primer encuentro de muchos otros que nada podría interrumpir. Una fuerza que vence la gravedad, que está más allá de los espectadores, del teatro del mundo y que al final, más allá de los sentidos, hace probar la eternidad y volver a esperar por la única razón de haber gustado. Infierno y paraíso.

martes, 17 de julio de 2007

Sombras

-Imaginaba que estabas aquí.
-Sí, he seguido la primera indicación del Diario. Es maravilloso, he pasado por otro tiempo, por pozos, colores, espacios, sonidos...
-¡Uf! Sí que sois complicados los pingüinos viajeros. ¡Y yo que le había prometido a tu padre que te haría de guía en Roma! Nadie mejor que un ex-taxista. Pero veo que viajas por otras calles. Y ahora ¿qué? Yo he comprado unos cornetti pensando que aún estabas durmiendo. ¿Te van?
-Claro. El café era buenísimo pero tengo el estómago vacío. En el Norte tomamos siempre algo más ‘sólido’.
-Mira, podemos sentarnos en las escaleras bajo la sombra de la columna, en la plaza.
-Como decía el gran Asterix ‘estos romanos están locos’. En una ciudad para disfrutar y contemplar no tenéis apenas bancos. Veo que es una ciudad en vertical en altura y profundidad, extrañamente fálica y poco acogedora, poco horizontal. Sólo la Venus Vencedora del Cánova parece entregada al deleite de lo horizontal.
-¿Cómo? No te olvides del éxtasis, del abandono amoroso de Sta. Teresa.
-Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero... Un morir en vida. Vamos. ¿Dónde se encuentra?
-Aquí cerca, en Sta. Maria della Vittoria.
-‘Victoria: morir en vida’. Roma da sentido a las palabras, es como un gran gesto que las hace comprensibles: ‘En la Iglesia del Pozo tumba de mártires, brilla el ave que renace y así allí empecé mi camino. Victoria: morir en vida’.

-Descansemos aquí un momento –dijo Armando cuando llevábamos 5 minutos caminando-
-Pero si está lleno de botellas, papeles, restos de comida... y mira como huele.
-Me parece que tendremos que hacer como un tal Plinio con su bola de ámbar perfumado en las manos. Pero no la tenemos y yo estoy cansado. Ahí tienes además las antiguas Termas de Diocleciano y la fuente de las Náyades por si quieres ‘refrescarte’, al menos con tu imaginación que todo lo puede.
Nos sentamos bajo las encinas. Por detrás y por delante el paso incesante y veloz de los coches sobre los sampietrini transmitía una extraña inquietud y traqueteo de urgencia. ¿Qué hacéis parados? Escondidos entre las encinas, unos quioscos para la venta de libros usados parecían objetos de un mundo paralelo como el obelisco que recordaba a los 500 héroes del nuevo ‘imperio’ italiano y que aún hoy dan nombre a esta plaza ‘dei Cinquecento’. De Heliópolis y Ramses al templo de Isis en Roma, desenterrado junto a Santa María Sopraminerva para ser monumento funerario ante la vieja y primera estación, relegado a este pequeño jardín como los grupos de extracomunitarios que aquí se reúnen. Imperio, olvido, éxtasis, muerte y vida bajo su sombra...

Panderetas de plata verde
En delicada piel de savia
Que entre los dedos del viento
Regalan corrientes vivaces
Subiendo desde los pies.
Con jornadas de luz que se toca
Con fuerza en los colores
Se derrama la sinfonía
De la entrega entre los seres
Que al ser se consumen.
Sombras.
Su tiempo es la medida
Del recibir y del dar
En péndulo que suena en la conciencia
En la voz que sonará para siempre
Un eco que se alimenta
Del que por primero y último
Tiene la locura
De dar sin pedir.

martes, 29 de mayo de 2007

Mariposas y otras tierras

No es frecuente encontrarse un pingüino absorto ante el ábside de una iglesia.

Eneas ante la vista de la palmera y las claras aguas que rodeaban la figura de Cristo se había ido acercando a las latitudes encerradas en las notas de Tom Jobim viajando con el billete de ‘as praias desertas esperando por nos’. Era una música que escuchaba desde hace años pues le encantaba a su madre. La ponía los días que se quedaba en casa por alguna enfermedad, mirando las landas blancas que le prometían un más allá, hacia la cálida tierra que producía esas notas y que en ellas se hacía presente bivrante.

-Disculpa, ¿sabes por qué las mariposas nacen de los gusanos?

Una viejecita de mirada atenta lo había sacado de su ensueño.

-Perdone, ¿cómo dice?

-¿A qué no lo sabes? Es mi secreto y te lo diré para que no se muera conmigo. Sabes, las mariposas un día nacían hermosas, volando llenas de colores pero eran sordas y también mudas. Hablaban con sus danzas, saboreaban los más dulces sabores de la naturaleza y aparecían como un regalo en los momentos más bellos que percibían con un sentido especial. Sin embargo, no sabían de las harmonías del sonido. Un día, dos enamorados se contaban su amor en un campo en canciones susurradas y la mariposa que revoloteaba entre las notas sentía una belleza que no escuchaba. Rápidamente pidió al viento que la llevara arrullándola hasta la brisa divina pues tenía una petición que hacer a Dios. Danzó y danzó en el viento pidiendo que sus colores y lo que sentía se conviertieran en música, en una voz que sonara en el viento. Y el viento le dijo que no bastaba el viento para sonar, no bastaban las ganas de belleza. Era necesaria la tierra, la oscuridad de una boca en la que naciera el sonido. Quiso saber qué era la tierra para crear el tacto de la música, la vibración de lo concreto. Se hizo gusano que recogía el olor, el sabor, el roce continuo de tierra y escuchó su silencio de gran madre, su seno generador escondido para nacer de nuevo en un acorde de cielo y tierra.

Hizo una pausa mientras su mirada había llegado con el vuelo de su mano hasta posarse en la hoja de palma del Fénix.

-Tú estás mirando los colores en el cielo de la bóveda. Ven a ver de donde nacen.

Bajaron a la cripta bajo el altar y allí encontraron dos sarcófagos paleocristianos en paredes con mil marcas y nombres rayados en la superficie ocre. Salieron y caminaron lentantemente por el pasillo de la nave central. Casi al final, una gran piedra circular de porfido tapaba en rojo el lugar del pozo en donde Sta. Práxedes sepultaba los cuerpos los mártires cristianos que conseguía recuperar.

En ese momento me di cuenta de que toda la iglesia surgía como un brote de la tierra. Un suave coro de voces empezó a entonar un Magnificat. La música ascendía desapareciendo tras las maderas del techo mientras las palabras hablaban de la humildad de la tierra fecunda, de una mujer, en la que se encontraron cielo y tierra.

¡Quién sabe! Quizás tendrías que seguir más de cerca los insectos de la ciudad.
La viejecita se había sentado desgranando su rosario. Al pasar a su lado ella lo saludó con una sonrisa y una mirada pilla, de viejos conocidos.

viernes, 18 de mayo de 2007

Una mañana y la esperanza.

Era un cuadro. Al abrir sus ojos se sumergieron en un azul concreto, limpio, lleno, con tacto como un cuadro de Rothko y la sonrisa de su amiga, tan lejos y ahora tan cerca, que se lo había hecho descubrir. Encuentros.

Se levantó hipnotizado por la visión que tenía ante él, sobre su cabeza, continuando con la pausada conciencia pasajera de los primeros momentos del día. Una sonrisa, sosiego y gratitud ante la simplicidad. Era la ventana que dejaba entrar el cielo en la habitación. Alta y estrecha como en una prisión y como en ella abierta a una esperanza. Insinuante y provocadora Eneas sintió su llamada para salir de las penumbras.

Un olor a café recién hecho puso fin al lento paso de los primeros momentos de la jornada. La noche anterior no había visto la moderna máquina de café express automática con el saquito de pequeñas dosis ya confeccionadas situado a su lado, única nota del tiempo presente en ese espacio. Armando no estaba, no había ningún reloj y la lámpara yacía inmóvil sin su llama, como un animal agazapado a la espera. Accionó el interruptor y un chorrito de cálido café cremoso bajó hasta la tazita. Para los amantes del café la vida en las frías landas boreales ofrecía momentos de tregua ante el calor y las conversaciones que acompañaban el rito del café, como un encuentro entre amigos o colegas que descansan. Aquí, el encuentro era una cita amorosa. Solos, la primera mirada de la mañana, el despertar de los sentidos, era una conversación sin palabras entre Eneas y aquel delicioso cuerpo negro, aromático y cálido. Todos los demás cafés serían sólo un recuerdo, una búsqueda del gusto que queda tras el encuentro amoroso en los sentidos satisfechos.

Bajó de nuevo al sombrío patio y con sus cortos pasos se dirigió al portalón. La luz lo cegó unos instantes con una invasión que ahora se hacía violencia. El día desnudaba la realidad con una fogosidad y vehemencia de D. Juan experimentado en un placer continuado in crescendo. Su tacto suave recorría cada centímetro de las piedras incendiándolas con reverberaciones ruborizadas. Se sentía desnudo y un poco avergonzado en este primer día soleado en el tardo invierno romano.

En medio de las casas, apenas visible estaba la entrada de Santa Prassedes. La puerta principal estaba cerrada con una verja por lo que entró por un lateral. No había nadie. Se sentó en el primer banco para disfrutar del mosaico del ábside. Y allí estaba su amiga el ave Fénix, pequeña, alegre y colorada como la niña de Péguy, encaramada a la palma que anuncia su victoria.

‘En la Iglesia del Pozo tumba de mártires, brilla el ave que renace y así allí empecé mi camino’ Y Eneas estaba siguiendo las huellas del antiguo rey peregrino venido del frío norte con la intuición de seguir un camino en el que encontraría las personas, las obras, la historia que le harían merecedor de su destino. Era el camino que hicieron antes de él todos los reyes del Norte y que ahora él tenía que recorrer para saber qué esperar y conducir su pueblo. Pero primero tenía que conducir sus pies y su vida.

lunes, 16 de abril de 2007

Sueño en Monti

Entre estandartes un bosque
De truenos se alza y camina
Bajo nubes de cielo ocre
Desde San Juan en majestad
El que Providencia escoge
Caminando tras mil rostros
Ruega no caiga la noche
Sobre los campos del Urbe
Lleva una luz como brote
Nacido en planta de plata
Raíz de sombra en la torre
Miedo que sopla violento
Junto a la colosal mole
Aulla el abandono en ánima
Tiemblan cruces ante hoces
En tiniebla cae la luz
Bajo el Arco su eco corre
Cenizas y polvo a su paso
Dejan silenciosas voces

viernes, 2 de marzo de 2007

Una noche ante la Torre

Paso a paso, en silencio, Armando y Eneas fueron subiendo primero por via Cavour, ancha y señorial, para entrar al poco no sin un sobresalto de misteriosos presentimientos por parte de Eneas, en Via in Selci. El trazado irregular de los oscuros sanpietrini, el aire frío de la noche que bajaba afilándose entre los altos muros de piedra de pequeñas y altas ventanas, la ocuridad y el silencio atemporales hacían que Eneas buscara con la mirada los pies de Armando concentrándose en el camino que tenían que hacer. Al final de la subida con un movimiento inconsciente Armando sacó del bolsillo de su chaqueta unas grandes llaves de oscuro metal. Eneas no sabía dónde estaba ni le interesaba. Ahora se daba cuenta de que tenía ante sí una gran torre plantada en mitad de una plaza. La sensación que tuvo es como si estuviera fuera de lugar, como si su mundo la hubiera abandonado, como un viejo que ha vivido demasiados años y no le rodeasen más que los recuerdos de los que un día vivieron con él. Armando ya había entrado y él se apresuró a seguirle. Tenía ganas de sentarse, sentir el olor de una casa y aclarar un poco sus ideas, el motivo último o primero de su viaje a Roma.
Retumbó en el silencio del patio interno el golpe de la gran puerta de madera encerrando todo en sombras. A tientas, siguiendo el sonido de los pasos de Armando empezó a caminar por lo que suponía un lateral del patio porticado. Poco a poco se iba acostumbrando a la oscuridad de aquella construcción que hacía real la noche, oscura como no lo es nunca ya en la ciudad, antigua como en el origen de su tiempo y durante su historia. Subieron por una amplia escalera que se abría en una de las esquinas del portico. Otra llave y una tenue luz los acogió. Era un único ambiente con un suelo que parecía cálida tierra rojiza, sin nivel, surgiendo sin aparente diseño y sin más cohesión que el tiempo y la forma, entrando en el tacto rugosa y cálida como una piel de pescador. Hermanos de una familia de piel oscura una gran ‘madia’ de madera, un armario bajo, una cama, una escribanía y una gran librería se protegían amparándose en el los burladeros de los grandes muros. El techo era altísimo, casi en penumbras, como si sus negras maderas fueran la tapa de un gran tonel de roble que conservara el aroma del tiempo. Olía, de hecho, como las viejas hojas de un libro viejo.
-¡Qué maravilla! Exclamó Eneas encandilado ante la maravilla que tenía ante sí.
En la pared opuesta a la entrada había una pequeña lámpara de plata limpísima en la que ardía una mecha flotando en aceite. Parecía que un diminuto fuego surgiera de cada resplandor de aquel objeto en llamas. El metal era la luz y la llama su excusa.
-Te gusta, ¿eh? Es lo único que me queda. Lo único que es realmente mío.
-Nunca había visto nada igual.
-Hubo una época en la que Roma volvía a recobrar la alegría de un tiempo. Fue allá por incios del siglo IX. Volvían las calles a estar llenas de estandartes. Se oía de nuevo el ruido de los carros de bueyes para el transporte de los materiales e incluso entrando en las tabernas se podía uno topar con gente que opinaba sobre una nueva fachada o torre, sobre las imperfecciones o maravillas de algunas pinturas. Todo con bastante buen vino y mejor humor, llamándose las personas unas a otras con títulos romanos –¡salve, Patricius! ¡Cuánto tiempo sin verla Senatrix!- pensando toda la ciudad ser de nuevo la ‘madre del Imperio’. Esta es una de las lámparas menores que Pascual I regaló para la iglesia de Santa Prassedes. Es mi heredad, la última huella de mis antepasados los Capocci, un día señores de estas colinas que dan nombre al rione Monti, junto con este espacio al final del Vicus Suburanus.
De repente Eneas sintió un peso que ni Atlas en sus mejores tiempos podría soportar.
-Por favor, sentémonos un rato para charlar.
Apenas consiguió subir a la cama. Nada más relajar sus músculos se quedó dormido con la luz de la lámpara brillando como un punto luminoso en sus pupilas.

viernes, 16 de febrero de 2007

Vicolo Scellerato

Recobró aliento tras las empinadas escaleras de bajos escalones, demasiados para el final de la jornada. En silencio siguieron subiendo la colina hasta la alta palma de la entrada lateral de la facultad de Ingeniería. Via Eudossiana, en recuerdo de la mujer que aprovechando su imperial poder construye la primitiva iglesia actualmente conocida como S. Pietro in Vincolis. Roma es mujer.

Se paran un momento en la plaza ante la iglesia. La subida se había convertido en una leve pendiente y era el momento para un respiro. Luigi saca un paquete de cigarrillos y enciende uno. La noche es fría, tranquilamente silenciosa a esas horas. A lo lejos, la cumbre del Vittoriano tras la torre convertida en campanario de S. Francesco di Paola. La plaza parece un embudo que los invita a dejarse caer en un hueco que se abre en el edificio, justo enfrente de ellos. Casi sin darse cuenta sus pies empiezan a bajar. Atraídos por aquella boca oscura, madriguera que conduce hacia un país de maravillas lejanas, se acercan al Vicolo Scellerato. Saliendo de las paredes y la bóveda de aquel túnel se oyen unas voces que provienen de una oscuridad con ecos que las hace lejanas.

-Querido Tarquinio, Arunte, tu hermano no es un hombre. Aquí me tienes. Estaba destinada a un gran futuro, con la belleza de una diosa y mírame, marchita por culpa de Arunte.

-No es verdad. No digas tonterías.

-Quiero ser mujer del soberano de Roma, quiero ser reina. ¡Maldito padre! Todo se conjura contra mí, incluso mi hermana ¿no le habrás dicho nada? También tú te encuentras con una mujer que te ablanda el cerebro y que no te dejará llegar a ser nadie.

- ¿Qué podemos hacer?

-Mira. Se vive sólo una vez. Yo ya tengo 40 años y tú vas para 50. ¿A qué esperas para reclamar el trono? Eres hijo del rey Tarquinio Prisco. Eres fuerte, noble y hermoso. ¿Por qué no corregimos los errores del destino? Liberémonos de lo que nos aflige. Tú eliminas a tu mujer, yo a mi marido y nos casamos. Luego, conquistaremos la corona.

Un poco de veneno y Arunte y Tullia Maior salen de la escena. Así Tarquinio se casa con Tullia menor. Luego eliminarán al padre, el rey Servio Tullio con una conjura en la Curia. Tarquinio, vestido como rey acoge al viejo y sorprendido Servio. Intenta protestar pero Tarquinio lo agarra por el cuello y lo tira escaleras abajo sin que nadie mueva un dedo para ayudarlo. Escapa ensangrentado abriéndose paso entre un mar de personas que asisten impertérritas, muchas de ellas pagadas por Tarquinio. En ese momento Tullia entra en la Curia aclamando su nuevo marido como nuevo rey y le pide que complete la obra iniciada matando a su padre. Tarquinio se lo toma con calma, no ve como aquel viejo pueda suponer un peligro. Recomienda a su mujer que vuelva a su casa. Tullia, sube con rabia en su carro y se dirige hacia la Suburra, en donde tiene su palacio. Cuando llega a la via Cipria que conduce del Foro al Celio, a la altura del templo de Diana, hace que su auriga tome el clivo Urbio para dirigirse al Esquilino. En ese momento el auriga tira de las riendas y detiene el carro. En mitad del camino está tendido Servio Tullio.

-Bajo y lo meto en el carro- Dice el auriga.

-¡Estás loco! Pasa por encima.

El auriga fustiga los caballos pasando con un bamboleo sobre el cuerpo del anciano rey que muere.

Retumbaban aún los cascos de los caballos en las paredes del antiguo clivo Urbio, ahora vicolo Scellerato, cuando sus dos figuras se perdieron en la oscuridad, guiados por el único calor luminoso del cigarrillo que ya consumía el filtro.

viernes, 9 de febrero de 2007

Un encuentro junto al Coliseo

Estaba tan cansado que decidió coger un taxi. Imposible. Ninguno se paraba. Quizás no lo veían o quizás no tenía pinta de buen cliente. Al final, se subió al 86 y llegó a Termini. Allí fue derecho al metro, línea B y en 5 minutos había llegado a su parada: Colosseo. Eran las ocho y cuarto de la noche, fría y con el cielo cubierto de gruesas nubes anaranjadas por el resplandor de la ciudad. Tenía que encontrarse a la salida del metro con Armando Salvi, un guardia municipal jubilado que todos los años viajaba en verano hasta la remota Bahía de los Pingüinos.
-Nada. Lo que más me gusta, lo que busco es nada. Nada de humana construcción o huella que me recuerde algo. Una tabla. Poder dejar la casa, como mal necesario y no encontrar nada ¡Qué paz!
-¡Y a mí que me gusta la plenitud de esta ciudad! Incluso entre los adoquines, esos ‘sampietrini’ irregulares que castigan los pies, esconden en sus ranuras mil monedas, chapas, hierbajas en las calles sin tránsito... nada está vacío aquí. Una tierra hecha de tierra y no de mar, que sirve de cimiento de una generación a otra, en la que el movimiento no sólo destruye sino que sedimenta. Entrar en un patio como un libro escrito y no las blancas página de la naturaleza y su silencio que espera.
-Por eso. Demasiadas palabras, demasiadas cosas. Me llamarás viejo gruñón y lo soy, por la lucha diaria. Es demasiado. Me parece estar rodeado de miles de fantasmas, de un mundo que no puedo atrapar, misterioso. Todos estos artistas, curas, políticos, burócratas, comerciantes. Demasiadas vidas, problemas, ideas, chispas de ingenio o maldad.
Una música de saxo, cálida y tangible, recorrió la espina dorsal de Eneas como un estremecimiento. Notas improvisadas que sonaban extrañas a aquellas horas sin turistas, gratuitas, como la canción de un perro a la luna o de esa loba que seguía al acecho de sus cachorros-humanos en las sombras del templo de Venus, entre columnas que parecen sostener el peso del cielo plúmbeo.
Empezaron a caminar en silencio subiendo por unas sinuosas escaleras entre muros de ‘laterizio’ romano hacia el Colle Opio dejando a la espalda el Coliseo. Ya no hay vendedores de cachibaches ni turistas que busquen un tour al Coliseo o vayan hacia S. Pietro in Vincoli. Era una escalera que descansaba tras el telón de la noche que marcaba el final de la representación. En esta ciudad hasta las piedras tienen su papel, comparsas y no escenario, a veces incluso protagonistas; no sólo pretextos sino cronistas, cuentahistorias con su presencia ciega y muda.

sábado, 3 de febrero de 2007

Quinto Sulpicio

Roma no es tan grande en cuanto extensión pero sus 30 siglos de historia crean un espacio inconmensurable. Dar dos pasos significa llegar a lugares lejanísimos pues es una ciudad en la que el tiempo se convierte en espacio, dilata los detalles hasta hacerlos relativamente extensos. Muy cerca de la Columna de la Victoria la muralla Aureliana quedó mutilada por las necesidades del tráfico, justo al inicio de la via Salaria. Es una apertura que parece innatural en el paisaje de la zona. Tras su primera impresión negativa, Eneas del Polo decidió tomarse algo fresquito en Friends, un bar de moda en la zona. Saliendo, ya era casi de noche, se sorprendió ante la blancura de un pequeño monumento: una pequeña figura togada de un joven en pose declamatoria con un volumen no completamente desenrollado. Era Quinto Sulpicio Máximo, joven poeta muerto a la tierna edad de 11 años. Había participado en el Certamen capitolino del año 94 concursando con otros 52 poetas. No había ganado el certamen pero había maravillado con su inspiración a los jueces. Y, según sus ‘infelicísimos’ padres (Quinto y Licinia), fueron justamente las Musas las que lo llevaron a la muerte por el ‘excesivo estudio y amor’ que les dedicaba. Y así quedó su vida como su inspiración trucada, volumen a medio abrir entre lo que ha sido y lo que podía ser. ‘Dies Manibus Sacrum’ Una dedicatoria escondida en la muralla y en la torre defensiva de la ahora inexistente puerta Salaria, como piedras e historia que daban fundamento pero no hablaban hasta que una decisión urbanística controvertida las sacó a la luz. Y el volumen volvió a quedar entreabierto ante los ojos de los conductores que lo ven sin mirar, en un rincón atemporal junto a la casa medival del guardián de la Puerta, entre semáforos, autobuses superllenos, gente que va de compras a la Rinascente y siente el temblor del tráfico que pasa bajo la plaza corriendo sin pausa hacia el Muro Torto. “Deten esta locura de Fetonte”, así grita Júpiter a Apolo desde el poema griego del joven Quinto. El padre de los dioses lo recrimina por haber dejado su carro un momento en manos de un irresponsable. Muy actual, pensó Eneas. Se alisó las plumas del pecho satisfecho tras haber puesto a prueba largos años de estudios de paleografía ¡Cuántos Fetonte humanos jugaban con fuego al no respetar la naturaleza o la historia que tenían entre manos! Ahora tenía que volver a su alojamiento a toda prisa. Era tardísimo y llegaba tarde a una cita importante, el inicio de la misión que lo había traído hasta la lejana Roma.

domingo, 28 de enero de 2007

Paulette

Era ya tarde cuando Eneas del Polo decidió volver dentro de las murallas de la ciudad recorriendo la via Nomentana. La bruma fría del Anienne seguía sus pasos en la leve subida hasta Porta Pía y se entretenía entre los plátanos del ancho ‘viale’ haciendo caer las últimas hojas tostadas de frío. Dejó a un lado la sutuosa entrada a Villa Torlonia y el recoleto parque de Villa Paganini en el que aún jugaban y se perseguían algunos perros. Construcciones de incios del s. XX, burocráticamente amplias para la nueva Roma, capital de la nueva Italia, se iban alineando a ambos lados. Llegó a un eterno semáforo ante los antiguas murallas que, con su definición, más que defender completaban la ciudad desde tiempos del emperador Aureliano. A su lado, un gigantesco ‘bersagliere’ de bronce con fusil y bayoneta parecía no tener la suficiente paciencia para respetar la inevitable espera de la luz verde. Con la mirada fija en la monumental puerta en el momento previo a iniciar una carga se mostraba inconsciente ante la violencia del tráfico. No obstante, el primer movimiento fue de Eneas al notar el destello verde. Mirando instintivamente hacia ambos lados, por si las moscas, su mirada se posó en una columna coronada con una mujer alada, la victoria. El semáforo ya estaba en ámbar para los peatones y empezó a temer el rojo, pues su paso era lento y los motores que lo circundaban rugían con la contagiosa urgencia de un gran premio de F1. Llegado a la isla de la acera sano y salvo se dirigió hacia aquella columna.

Cinco y cuarto de la mañana del 20 de septiembre de 1870. Los habitantes de Roma se despiertan sobresaltados con el sonido de los cañones. La gente, aún con sus gorros de noche abre las ventanas o intenta bajar a la calle a empellones para no perderse nada. Los gendarmes pasando a paso de marcha empujan con violencia a los que intentan salir a la calle. Los cañonazos retumban por toda la ciudad. Tras cinco horas se abre una brecha al lado de Porta Pía, en el muro de Villa Paolina. Pocos minutos de disparos y la Roma Pontificia deja paso a la Roma capital de Italia. A las 14.00 se firma la capitulación de la ciudad en la cercana Villa Albani. Una gran alegría invade las calles romanas por ser ya italianas.
Eneas despertó de su ensueño con el pitido de un conductor que quería salir de su aparcamiento ante el cine Europa. Dos coches, en segunda y triple fila se lo impedían sin muestras de arrepentimiento.

En ese momento su mente recordó, en este hilo inexplicable de historias e historia que construyen Roma, la imagen de Paolina realizada por Canova que había visto en la Galleria Borghese. En sus oídos parecían revivir las palabras del príncipe Camillo, marido de Paolina a Madama Letizia, madre de ella, comunicándole la muerte de su Paulette bien aimée aquel 9 de junio de 1825. Aquella Paolina que años atrás había sido la ‘Venus Vencedora’ en los salones de la aristocracia romana mientras su hermano Napoleón vencía en los campos de batalla de Europa. Y la imaginación y las malas lenguas ponen lo que faltaba en la historia de esta bellísima escultura. Hasta que el príncipe Borghese deja su ingenuidad ante los comentarios que le caen encima y decide llevar la escultura a Piemonte, abandonándola en una especie de cantina.

Su Venus de carne y hueso, sin embargo, no deja de rodearse de una corte de admiradores, artistas, caballeros, pajes, secretarios, médicos y damas. No basta. Roma la aburre y escapa con frecuencia a París para respirar un poco de aire internacional. El matrimonio se separa. Tras un vano intento de reconciliación ella empieza una vida itinerante de ciudad en ciudad, de amor en amor. Se enferma. La caída de Napoleón la sorprende cuando está en Napoli donde su cuñado Murat ha puesto a su disposición la Villa della Favorita. Durante el invierno va a encontrar a su hermano en la isla de Elba lugar en el que vuelve a aparece la ‘Venus Vencedora’. Arquetipo y figura juntos pero cada vez más distantes. Tras Waterloo Paolina regresa a Roma ya que es ‘princesa romana’ y con ella la famosa escultura que desde entonces descansa, siempre en su pose indiferente pero segura de su poder, en la Villa Borghese.

Con los Borghese queda su imagen pero Paolina vivirá en esta villa, actual embajada de Francia ante a Santa Sede, al lado de Porta Pia hasta poco antes de morir. La transforma, le da el explendor, que continúa a maravillar, de su belleza, elegancia y finura. En 1824 va a Firenze para pasar lo que le queda de vida junto a Camillo. Después de todo ha sido el que más la ha amado.

Eneas del Polo mira hacia lo alto de la columna. Mira el rostro de la victoria alada, gallarda y en pie y, por un momento, ve las facciones de Paolina, Venus vencedora. No, no es posible ¡Qué diversa la victoria de Venus y la de Marte!


domingo, 21 de enero de 2007

XII kal. Feb. Agnetis, in Nomentana

Ésta era una nota que tenía el bueno de Eneas del Polo en su agenda de viaje. Era una anotación misteriosa que él había tomado del diario de viaje de su famoso antepasado, visitador de estos lares.
Preguntó a un guardia que le indicó en un mapa la via Nomentana. Del resto, ni idea. Pasaba por allí un humano rubio de larga zancada lenta y le preguntó: -Sí, esto es latín. Hoy ser XII kal. Feb, 21 feb., fiesta Sant’Agnese, veee!!! Estos humanos están locos: un tipo con cuerpo de oso se pone a hacer la oveja. Pero al menos éste le había dado la clave. Buscó en el mapa Sant’Agnese a lo largo de la via Nomentana. Aquí está, Via Sant’Agnese. Y allá se fue en el 60 atiborrado de gente.
Dejando la gran via Nomentana bajó hasta un jardín ombroso desde el que se accede a la basílica. Un lugar delicioso lleno de recuerdos y exvotos que hablan de mil vidas entre las cuidadas plantas en un silencio de otro tiempo.
De familia de libertos, Agnese murió martir con 12 años tras el cuarto edicto de persecución de Diocleciano a inicios del s.IV. La belleza, fuerza e inocencia de esta chica quedaron impresos en la mente de los romanos. Un recuerdo que durante toda la historia sucesiva de la ciudad seguirá vivo:

In morte vivebat pudor
Vultumque texerat manu
Terram genu flexo petit
Lapsu verecundo cadens

Murió, según la tradición en un prostíbulo al lado del estadio de Domiciano (plaza in agone, Navona) y la enterraron a 2 km de los muros de la ciudad, en donde él se encontraba ahora, tierra hueca de catacumbas interminables que se pierden bajo el tejido urbano.
Hagna, sagrado-casto que entra en la historia de la ciudad, de su gente, que cura a Constantina, la hija del famoso emperador Constantino la cual le dedica una maravillosa basílica de la que sólo quedan unos pocos restos de su recinto. Pero la historia sigue y al lado de la tumba de la virgen-mártir que la ha salvado quiere enterrarse Constantina construyendo un maravilloso mausoleo recubierto de mosaicos.
Sagrado y casto que viene simbolizado en dos corderillos blancos. Tras el pontifical en la basílica, los dos corderillos en cestas de juncos se ponen sobre el altar de la santa y se bendicen. Su lana servirá para confeccionar los palios sagrados, insignia litúrgica de honor y jurisdicción reservada al Papa y a los arzobispos metropolitanos. Dos corderos que se presentan como regalo al Papa, para recordarle y recordar que las virtudes de la mártir más famosa de Roma son las que deben ‘’llevar” sobre sus hombros.
A Eneas del Polo, pingüino viajero, estas ceremonias le parecían hacer revivir un tiempo diverso. Ahora le parecía entrar en un significado nuevo de Roma eterna: Tintoretto, Domenichino, Zurbarán, Algardi, Borromini, dos corderos, hacen revivir constantemente esta chica, encarnación de unas virtudes que no deberían morir mientras la Roma más popular y más escondida en sus raíces las difunda.

viernes, 12 de enero de 2007

Vittoria o el encuentro de nuestro Pingüino en San Silvestro

‘Come portato ho già più tempo in seno
l’immagine, donna, del tuo volto impressa
or che morte s’appressa
con privilegio Amor ne stampi l’alma’

Estos son los versos de un tal Michelangelo Buonarroti a Vittoria Colonna. Son unos versos que nuestro querido pingüino viajero había leído hacía mucho tiempo y que se habían quedado en su memoria como ejemplo vivo de aquellas palabras del Cantar de los Cantares ‘fuerte es el amor como la muerte.’ Ahora, tras el buen café, momento en el que el tiempo se para para degustar, le había asaltado el fantasma de esta misteriosa mujer de los versos. Colores y poesía la rodeaban en su mente pero no conocía nada de quien había inspirado un sentimiento tal a uno de los mayores genios de estos extraños seres humanos, reflejo de la naturaleza y fuera de ella.
Ya que estaba cerca del Pantheon se fue a la Biblioteca Casanetense y entre sus ficheros, aún en papel y madera, encontró lo que buscaba: palabras sobre esta mujer que vive en pleno renacimiento romano, hija del gran Fabrizio Colonna, esposa con 19 años de Ferdinando Francesco d’Avalos, viuda a 35 años y sin hijos.
Los papas no le dejaron entrar en un convento y ella se ocupó de ‘sanar el amor’: ayudó a cortesanas y prostitutas en su camino hacia una nueva vida y fue amiga, sin erótico juego, de artistas con los que se reunía en la terraza del monasterio de San Silvestro comunicante con los jardines del Palazzo Colonna, en el Quirinal.
Y allá se va, nuestro Eneas del Polo. Subiendo la cuesta de Via IV Novembre, dejando de lado torres y palacios, llega a esta anónima iglesia de oscura fachada que no atrae a los turistas. Cerrada. Pero no desiste y espera. Llama al timbre en un portal. Tras un rato de incertidumbre, milagrosamente, se abre la puerta y sube por una escalera hasta entrar en la iglesia con una única nave. Por un instante le pareció sentir su presencia, como “l’immagine, donna, del tuo volto impressa” y su memoria reevocó con vívidos colores los lugares en que Michelangelo mostró con su arte el rostro de quien tanto quería, el azul intenso del Juicio y la oscuridad de la Cruz. La Capilla Sixtina en la que asiste a la escena con temblor y serenidad a los pies del Juez-Amor y la Catedral de Logroño en la que a los pies de la Cruz, presta su rostro a María Magdalena y se abraza al leño en donde su Amor contempla el cielo antes de morir.
Mientras baja las escaleras a saltitos nuestro amigo sonríe levemente con mirada alegre. A distancia de tantos siglos, Vittoria deja nuevamente en el alma su huella, que habla de serena belleza y amistad.

viernes, 5 de enero de 2007

Noche de Reyes

Noche mágica la de hoy. En Roma llena de brujas buenas y feas. Siempre Roma con sus contrastes y su historia camuflada en la vida cotidiana. De ‘Epifanía’ a doña ‘Befana’.
Al ver en Piazza Navona a la bruja Befana pensé en Gárgamel, el de los pitufos, y su gato. Y de ahí, me vino a la cabeza la extraña relación entre esta ciudad y los gatos. Quizás por su misteriosa mirada, su mutismo mágico, su libertad incontrolada amante de la noche, sus contradicciones, siempre entre huraños y zalameros. Roma la encantadora y ‘gattara’.
En fin, extraños los caminos de las tradiciones y de las asociaciones de ideas. Más vale pájaro en mano...Y así, espero que los Reyes de cuando era niño –el mío era Gaspar, el del medio y el más normal, para entendernos- cojan un vuelo de Ryan desde Santiago y se presenten en casa, mientras dormimos plácidamente, gata incluida. ¡Qué vengan cargaditos!

jueves, 4 de enero de 2007

Pingüino II

Las columnas del templo dedicado a Neptuno se hundían en el suelo de la ciudad, como si quisieran buscar las abundantes corrientes del subsuelo romano. Es curioso, tras su época de gala la ciudad parece haber tapado con un manto de tierra sus antiguas glorias desvencijadas. Sus formas siempre bellas y sugestivas quedaban cubiertas en su mayor parte confundiendo su cuerpo con el resto de la naturaleza en un letargo bajo el invierno del tiempo. Pero siempre ha habido pingüinos que como él habían seguido la llamada de las leyendas del Primer Rey del Polo. Incluso durante ese período en que Roma se había quedado aparentemente como una de tantas ciudades de provincia, continuaba a latir, se renovaba interiormente, se descubría cálida y hermosa para los que conseguían entrar en su misterio. Poco importaba que quien la descubriera quisiera utilizarla como un objeto para sus propios intereses, le recordaran su historia para adularla o venderla, la considerase meta de sus sueños y antecámara del cielo, lugar de perdición o detentora de las llaves del Paraíso. Ella era todo esto y lo es. Lo estaba viendo con sus ojos desde la altura que lo distanciaba de la base de las columnas. Es como si desde su altura estuviera viendo su mirada de mujer que esconde más de lo que muestra, que hace entrever su complejidad, que encanta con lo que esconde y deja ver, mezcla de mil historias e instantes que la han formado.
Así mirando está a punto de caer desde el pequeño muro. Se baja de un salto y va hacia la derecha siguiendo un suave y delicioso olor a café tostado. No tiene otra guía que las leyendas que recuerda y su instinto. Y éste no le traiciona. Unos pocos pasos y ya está saboreando un estupendo café cremoso en Sant’Eustachio. En el suelo, perdido o tirado, un papel anuncia el concierto de un coro de niños (Matite Colorate) para la tarde del día de Reyes en la basílica de Sta. Croce in Gerusalemme como prólogo a la llegada de los Magos de Oriente.
Mil noticias, mil vidas de la ciudad que siguen en su letargo, emergiendo en algún papel que llega a nuestros ojos como las hojas del otoño, sin ruido, como lo más natural y caduco del mundo. Nada mejor que seguir estos mensajes de la Bella Durmiente para sumergirse en los encantos de esta Roma bruja, sabia y niña.