domingo, 14 de diciembre de 2008

Y el agua corre

Empezaba a llover. En su interior Eneas no conseguía encontrar un poco de paz, de equilibrio. Y su oscuridad se reflejaba en su mirada baja, sus pasos inciertos y lentos. En Roma, en las vidas de tantas personas, abundan los contrastes. Él siempre había pensado que la vida tenía un norte, seguía una ruta, una senda construida con su voluntad y decisiones. Ahora veía su camino como una calle al lado de un río oscuro y variable. Se imaginaba ese río cuando era de verdad parte de la ciudad, cuando acariciaba o devoraba las orillas, entrando en la vida de las gentes para borrar todos sus pasos.

Se acordó de Apollinaire ¿por qué? Hizo un esfuerzo por recordar y a su memoria vino la imagen de un niño judío hermoso y de pelo rizo. Un día, allí, junto al río del devenir constante, en piazza di Ripetta había personificado la suerte –buena y mala- en la extracción de la lotería. Puños alzados contra él y alabanzas mientras su madre lo protegía de ambos. Ella era su auténtica Fortuna.

Caminaba bajo la lluvia. A la derecha un blanco muro lo alejaba nuevamente del río. Otra vida encauzada, una construcción de líneas claras y blanco trazado. En el gran muro miles de letras formaban el cauce de otro joven que llegó a viejo llevado por esa Fortuna amable y traicionera de los que parecen dominar sobre los demás, como dioses en su Olimpo: Res Gestae Divi Augusti. Al parecer, él sí consiguió una paz duradera, al menos entre los pueblos.

Caminaba por la parte baja, donde la ciudad entraba en contacto con el río en su puerto más famoso. Ni Olimpo ni Palatino.

Los murallones de contención del Tíber han destruido la metáfora engañándonos con la tranquilidad del cauce establecido. Pero sigue siendo un lugar en el que la ciudad continúa a ser embestida por el tiempo. Curioso. La colina en donde ha nacido la ciudad se ha quedado en la antigüedad de sus reliquias arqueológicas mientras su puerto, el lugar de contacto con el río que le ha dado vida, ha seguido transformándose hasta ahora.

Agua y más agua. Diluviaba ahora. Por unos instantes Eneas se refugia bajo los arcos que unen dos iglesias. ¡Qué lugar extraño! ¡Qué tensiones! La piedra oscura y empapada del Mausoleo en el corro del claro travertino de la plaza. Una fuente con agua virginal cayendo sobre un barril de vino. Quizás esa sea la esperanza. Un vino que nos hace desbordar con entusiasmo de apoteosis subiéndonos hasta el séptimo cielo mientras el agua corre fuera, necesaria y aparentemente tranquila en su incesante correr, siempre hacia abajo, hacia el mar. El vino...y un puente son la respuesta de Roma al río que la surca. El puente que sabe estar en las dos orillas queriendo unir las dos verdades del cuidado y el riesgo, del placer y el dolor, del ir y volver, el silencio y la palabra. El recuerdo del sabor de un buen vaso de tinto de los Castelli en casa de Armando le animó a seguir caminando. La lluvia seguía arreciando.

Apenas llegó al semáforo dejó de llover, como por encanto. El balcón del Palazzo Borghese con su bandera mojada aparecía sencillo y proporcionado. Ocultaba la gran curva de su cuerpo enorme, como un dragón que se acercara a apaciguar su sed cerca del río y allí se hubiera quedado dormido. En la plaza algunos puestos de libros y grabados antiguos parecían cobrar vida al remitir la lluvia.

Estaba cansado. En la plaza de la Fontanella vio el interior de un estupendo patio y entró sin ser notado por el portero. Tras el primer patio, de dobles columnas y amplios ventanales pero sin ningún espacio para sentarse tranquilo, vio un jardín que se escondía tras la arquitectura. Naranjos, setos, la gravilla de sus pequeños sederos y multitud de esculturas y relieves lo invitaban a adentrarse en este espacio como un mundo aparte, fuera de la corriente. Era un recodo en el que el fluir del tiempo se calmaba, un escenario para un tiempo de personajes eternos, variados. En el centro, Venus metía su pie en el agua tranquila. Descubrirla en su intimidad hace salir del devenir para disfrutar contemplándola y para hacer que su contemplación, actividad sin tiempo, llene de placer esos momentos. Era pescar en las arremolinadas y turbias aguas con la gustosa sensación de haber obtenido lo que la Fortuna y el Ingenio favorecían. Era descansar en el único recodo de aquella mañana de agua, junto al baño de Venus.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Una mujer

En el viejo diario que le entregó su padre el cuarto día ocupaba varias páginas, emborronadas y sucias.

‘La noche era insoportablemente cálida. Los soldados tenían prisa por salir de aquellos callejones malolientes por donde el aire no pasaba. La noche estaba llena de ojos que no dormían pero no conseguían salir de las sombras.
La república en Nápoles abandonaba la ciudad vestida de soldado francés.
Me acerqué a un soldado al final de la columna. No me miró ni dijo nada. Acallaba su curiosidad concentrando sus fuerzas en la huida, con la esperanza de poder salir de aquel laberito buscando la brisa del mar. El puerto esperaba. Me puse a caminar a su lado. Un pequeño viajero y un soldado rezagado y cansino en la noche.
-¿Falta mucho para llegar? Le dije con la ignorancia de quien se encuentra por casualidad en medio de una revolución muriente.
-¿Para llegar a dónde?
Fue su respuesta, dicha sin mirarme. Luego supe que había llegado a Nápoles cuando tenía 10 años, escapando con su familia. Habían dejado Roma, donde había nacido, por ser portugueses en una época en que los jesuitas habían sido expulsados del reino.
-¿Crees que llegaremos a Francia?
-Sólo sé que quiero intentarlo. Aquí ya sólo queda lo que he sido. No quieren mis palabras porque nunca las he vendido. Dicen que soy traidor y tan sólo he sido fiel a lo que busco.
Me miró y descubrí bajo el sudor y la suciedad, que era una hermosa mujer.
La república en Nápoles abandonaba la ciudad vestida de soldado francés.
Era de familia noble. Había podido estudiar, leer y con su clara inteligencia había escuchado la voz de la belleza. Quería crearla, responder a todo lo que había recibido. Bebía en todas las esperanzas y había creído, trabajado por los ideales de reforma del rey Fernando IV. Siguiendo la senda de la inquietud pasó al bando republicano con los vientos de la revolución que quería acabar con los privilegios que se perdían en la noche del tiempo perpetuándose como injusticias o costumbres para sobrevivir.
Ella, Eleonora, era aquella idea y la historia suya. Bajo el uniforme caminaba incómoda y encorvada. Nada llevaba, todo iba dentro de ella. En voz baja hablaba en confidencia con su hijo muerto repitiendo los versos que un día le dedicó. Y su hijo era su historia, su vida, las palabras encendidas que escribía en el periódico mientras el rey, aquél que tan bien había conocido, se refugiaba en Palermo con su corte.
Antes del alba un piquete de soldados borbónicos nos cerró el paso. Nos llevaron primero a la cárcel de la Vicaria a toda prisa, sin miramientos. Allí nos hicieron esperar el alba en el patio. Un soldado, con las primeras luces la descubrió y se llevaron. No supe más de ella. A mí, por la tarde, tras ver mi extraño aspecto y revisar mi diario, me echaron fuera de malos modos.
Unos días después la volví a ver. Estaba subida en la tarima del patíbulo. Al principio no la reconocí con aquel vestido roto y sin color, sucia y demacrada. No le habían concedido la muerte dedicada a los nobles sino la más infame de la horca. Sin el único privilegio de humanidad, sin dignidad quedó colgada mientras la gente disfrutaba del espectáculo.
Un nudo ató mi garganta uniendo mi silencio al suyo en medio de la algarabía. Su silencio no me había asustando sino aquel ruido que ahogaba cualquier palabra. Salí corriendo de la plaza. A los dos días estaba en Roma. Al fin y al cabo nadie conocía mi origen ni mis ideas, lejano viajero al margen de la historia humana. Quería ver la casa en la que nació, muy cerca de otro puerto, el de Ripetta. Unos niños jugaban en la calle con un aro y a cada vuelta otra historia comenzaba, giraba, buscaba por las calles del tiempo otros puertos en los que, quizás, embarcar en la nave de la Historia hacia una tierra en donde, tal vez, las palabras se puedan al fin escuchar.'

Hoy Eneas, en su cuarto día de viaje, había empezado el día leyendo el diario. Al saludar a Marta en el patio, aquella mañana, no pudo dejar de pensar en aquella niña que dejaba Roma con 10 años. Quería descubrir su recuerdo en la ciudad y lo que tendría que nacer de ese recuerdo como en cada etapa de su viaje en Roma.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Un lunes

La mañana amaneció con el cielo despejado pero con tonos grises, envuelta en un sueño frío. Una niña de unos ocho años le esperaba jugando en el patio del antiguo convento. La verdad es que esperaba a Armando, su padre, para salir hacia el colegio. Eneas se presentó tímidamente y salió con ellos. Iban sin hablar. La niña caminaba a ratos casi de lado porque quería tener sus manos entre las de su padre. A los pocos metros entraron en un bar, pequeño, con las estanterías de madera y un pulular de gente que se agolpaba entorno al mostrador y al cajero. Un cappuccino oscuro y un cornetto integrale, pidió Armando. Ella tenía ya la cara llena de azucar tras el primer bocado de una ‘bomba’ rellena de crema. Eneas pidió un cappuccino, sin más. Aquel lugar era un templo y su bullicio parte de un culto celebrado inconscientemente en la mañana romana. Empleados encorbatados, dos policías municipales, un grupo de mecánicos con sus monos junto a otro de mujeres de unos 40 años, en una danza entorno a los cappuccini y los cafés servidos con mil variantes: al vetro, marrocchino, macchiato tiepido, ristrestto, corretto, orzo... Cada uno se mueve hacia el espacio de cada día, con sus movimientos y palabras rituales, conversaciones y gestos cotidianos, representando el papel de la transición a la vida civil. Aquel café tenía el ritmo y movimiento que encierra una colmena.
Al salir, pasaron por el mercado rional. En medio de los puestos de fruta y verdura el paso era difícil. La calle se había transformado de una tranquila via con coches en un lugar ocupado por las ‘bancarelle’. Armando compró para Marta una manzana y un plátano -la fruta era su merienda preferida- en el puesto de Gaetano. En la pared del fondo algo llamó la atención de Eneas. Era una pintada con frases en griego. El silencio de una pared recién pintada invita a los códigos secretos, a las declaraciones de efecto, de afecto o rabia. Nacen en un momento, para alguien o para algo, que pasa fugaz a su lado. Luego, son de todos y de ninguno, una parte más de la calle imponiéndose a la propiedad privada y los esfuerzos del Ayuntamiento por mantener limpias las fachadas.
Luego, Eneas se fijó en Gaetano. Con su cara de sueño y el pelo aún sin peinar ¿a qué hora ha entrado él en las termas del nuevo día con el rito cafetero? ¿Con el primer tram de las 5.00? En cada turno se van sumando diversos pobladores de las calles. Los que se incorporan a las 7.00 al apagarse las luces de las farolas, los de las 8.30 y los de las 9.30 confundidos con los de la primera pausa en el trabajo.
Siguen caminando. Ya están cerca de la escuela y se ven los colores fosforescentes del Scuola bus a pie. Marta mira a este extraño viajero al que acompaña su padre. Quiere ser simpática y le dice que hoy irá al Museo de Villa Giulia para ‘ver a los etruscos’. Después le contará, y se queda pensando qué hará él con su padre durante la jornada. Le da un beso a Armando, lo saluda con la mano mientras se coloca la pesada mochila. Un compañero de su clase pasa en ese momento, le da la mano y desaparecen tras el portal de la entrada. ¡Qué tengas un buen día! Cuántos saludos y reencuentros van marcando el tiempo de esta colmena.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El Verano de San Lorenzo

Se acercaba el tranvía. ¡El tres! gritó Armando, ante la aparición de aquel dragón color bombona de butano medio oxidada. Corrieron hacia la parada. Eneas iba en volandas. ¡Quién sabe cuándo pasaría el siguiente! No tenían billetes y Eneas se sentía preocupado. Iba de pie, aunque había asientos libres, para atenuar su sentimiento de culpa. Armando lo miraba divertido tranquilamente sentado. Al acercarse a una nueva parada Eneas se situaba cerca de la puerta dispuesto a bajar apenas viera un revisor. Y así pasaron 3 paradas. A la cuarta bajaron, terminando su suplicio.
Se encontraban en una especie de cruce de caminos, cables, vías y construcciones variopintas. A un lado algunos edificios de la universidad, al fondo, las casas bajas de S. Lorenzo, con miles de carteles, letras y colores. En frente una columna, demasiado pequeña para todo aquel espacio, con una imagen que parecía de juguete, a la que hacía de fondo la basílica de S. Lorenzo, tímida junto al gran muro del Verano: el cementerio monumental de Roma.Era una tarde fresca y clara con la suavidad del invierno romano. El sol bajo acentuaba el desorden que parece reinar en la arquitectura caprichosa del cementerio, duplicando en sombras los mil perfiles como un barroco improvisado. Ante la igualdad radical de la muerte nos empeñamos en seguir dejando nuestra huella personal que quizás alguien reconozca y envíe a la memoria de los que siguen en el tiempo. Así el escultor Lombardi quiso recordar a su mujer, elegante y ‘di forme bellissima’ cuando abrazaba a su hijo. ¿Crueldad o imagen que crea sentimientos, memoria, palabras que desempolvan el poso de la vida sobre la fría piedra? Eneas ha ido con pie seguro entre los mil laberintos. Sabía que allí estaba enterrado uno de los poetas que más había leído pues le gustaba a su profesor de italiano. Lo declamaba de memoria, como un rapsoda que tenía las palabras y su ritmo dentro. Ahora recordaba uno de sus poemas. Sus sentimientos lo traían a la memoria diciéndole que eran palabras suyas o al menos para él:
Sono un uomo ferito.
E me ne vorrei andare
E finalmente giungere,
Pietà, dove si ascolta
L'uomo che è dolo con sé.
Non ho che superbia e bontà.
E mi sento esiliato in mezzo agli uomini.
Ma per essi sto in pena.
Non sarei degno di tornare in me?
Ho popolato di nomi il silenzio.
Ho fatto a pezzi cuore e mente
Per cadere in servitù di parole?
Regno sopra fantasmi.
O figlie secche,
Anima portata qua e là...
No, odio il vento e la sua voce
Di bestia immemorabile.
Dio, coloro che t'implorano
Non ti conoscono più che di nome?
M'hai discacciato dalla vita.
Mi discaccerai dalla morte?
Forse l'uomo è anche indegno di sperare.
Anche la fonte del rimorso è secca?
Il peccato che importa,
Se alla purezza non conduce più.
La carne si ricorda appena
che una volta fu forte.
E' folle e usata, l'anima.
Dio, guarda la nostra debolezza.
Vorremmo una certezza.
Di noi nemmeno più ridi?
E compiangici dunque, crudeltà.
Non ne posso più di stare murato
Nel desiderio senza amore.
Una traccia mostraci di giustizia.
La tua legge qual è?
Fulmina le mie povere emozioni,
Liberami dall'inquietudine.














'He poblado de nombres el silencio.’ La temprana noche está llegando y Armando le recuerda que tienen que salir del cementerio del verano. Sus pobres emociones y su inquietud se han calmado viendo el lugar desde donde Ungaretti sigue gritando sin voz. Recorren las calles de esta otra ciudad sin ventanas buscando la salida.

viernes, 17 de octubre de 2008

Una Pizza al Taglio

Caminando por la ancha avenida del Viale Regina Margherita, con sus altos plátanos desnudos, notaban la llamada de los estómagos vacíos. Llegaron a Piazza Buenos Aires. Armando le ha dicho que en Roma se la conoce como Piazza Quadrata. La verdad es que no lo parecía. La fachada de la Iglesia Nacional Argentina con sus colores vivos en el mosaico lleno de ovejas y símbolos religiosos le hizo sonreír como ante un dibujo de un niño, sereno y claro tras las encinas seculares.
No quisieron parar en la pizzeria de la plaza, muy concurrida. Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña pizzeria en donde servía pizza ‘al taglio’, que se podría traducir como pizza al ‘detalle’. Polidori, era el nombre de la pizzeria y del propietario, un tal Luigi, ancho y alto como un armario, de paso lento y voz bondadosa. A un lado de la entrada una lápida, casi ilegible, recordaba que en aquel edificio había vivido un tal Alberto de la resistencia anti-fascista. Debajo las inevitables firmas que esclavizan los muros, obligándoles a decir palabras ininteligibles.
Eneas escogió un trozo con ‘mozzarella di buffala affumicata e funghi porcini’ y otro de ‘fiori di zucca con asciughe’. Pasta fina, crocante, bien cargada y llena de sabor. Perfecto para ese momento. Un ‘detalle’ en el camino de la jornada.
-A ver cuándo la abren. Hace años que dicen que la están a punto de abrir...y ahí sigue. Sería estupendo poder bajar de casa y dar un paseo por la villa.
-Bueno, tienes villa Paganini, villa Ada, villa Borghese, Torlonia...y también la Albani!?
-Sólo digo que no estaría mal para los que vivimos aquí. Total, para tenerla ahí cerrada y abandonada.
-Te parece a ti. ¿Has visto la entrada de via Salaria? Es estupenda.
-Estos Torlonia. Al final, no llegarán a un acuerdo con el Comune. Sabe Dios lo que piden a cambio.
-¿Sabes? en ella se firmó la rendición de Roma, cuando la ciudad dejó de ser del Papa.
-Al menos entonces había un patrón. Ahora todos mandan en su Roma. Ahí tienes el Enel, con su palacio de tubos y cristal.
Trozos y trocitos de vida y de historia. ¡Qué pizza! Hoy y ayer mezclados, pequeños trozos de una realidad más amplia en la que cada uno participa a su manera y escoge el peso que su glotonería o su hambre le dictan. El tranvía pasa rápido dejando mil chispas que incendian por un momento la calle, pequeñas partes de una gran corriente que recorre la ciudad. Como esa electricidad silenciosa y efectiva, Eneas sentía que en toda la ciudad había una energía que la recorría, que se manifestaba en los más insospechados lugares encendiendo pasiones, discusiones, historias que no se creaban ni se destruían. Todos las transformaban en los pequeños tajos de tiempo que tenían en sus manos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Los hombres grises

Casi mediodía. En vez de la estrecha acera de la via Salaria Eneas decide entrar en Villa Ada. Armando camina a su lado, lentamente, con pasos cortos como los de su amigo.
El ancho camino de tierra que deja a la derecha un delicioso valle se va haciendo más estrecho. Pasan ante unos soldados que vigilan la entrada de la embajada de Egipto. Saludan, mirando pasar estos dos extraños personajes.
Se detienen ante una lápida que recuerda la historia del parque como Villa de verano de la familia Savoya. Eneas se imagina a los pequeños infantes correteando por los senderos, jugando al escondite entre los árboles o montando a caballo. El sendero se hace más solitario y descuidado.
A la izquierda, tras una curva aparece una construcción en estado de abandono. Escondida entre los árboles parece un refugio para parejas enamoradas. Dos bancos invitan a las confidencias, aunque el viento frío no es un buen compañero.
Se sientan un momento. Eneas, con su curiosidad se acerca hasta la construcción. Parece una especie de templo neoclásico pero sin pared. Más allá continúa el bosque que hace de fondo. Entra, se asoma y descubre una platea con árboles mudos como espectadores, una fuente muda y unos brazos de piedra que circundan la plaza. Siente que a su lado una pequeña tortuga lo acompaña en silencio. Escucha el eco de risas de niños que se cuentan mil historias jugando con piedras, palos y musgo. Aquí no entran los hombres grises que consuman el tiempo a grandes bocanadas. Aquí el tiempo pertenece a los que cuentan historias.
Eneas cierra los ojos. La imagen de su querida amiga Nerina aparece clara. Oye su voz alegre contando las aventuras de piratas, viajeros infatigables, inventores de máquinas portentosas. Echa de menos aquel mundo que ella había creado para él...y que ahora se le presenta en este espacio. Es real. El tiempo de los relatos no está perdido. Se hace espacio en este recinto que podría ser la casa de Nerina, pequeña y traviesa, dulce y atenta. Ella vive aquí porque está en él. Ausencia que es ir y quedar, partir sin alma, ir con alma ajena. Sabe que quizás nunca más pueda oír sus relatos. Hace tiempo que no la ve. Echa de menos su abrazo y sus manos. Y justo ante la nostalgia siente que existe la eternidad, el tiempo para tener tiempo, para el encuentro sin separaciones en el que contar y contarse es un regalo perfecto.
Ha tenido que llegar hasta Roma para encontrarse, sin querer, libre del humo de querer ganar un tiempo sin personas, sin historias, sin vivir.
-¿Te has perdido? Llevas 10 minutos mirando este teatro sin pestañear.
-Sí, parece que el tiempo se ha parado. ¿No te parece un extraño lugar que está esperando que los actores cuenten sus historias, sin prisas? Me ha traído muchos recuerdos.
- Y a mí mucha hambre. ¿Qué te parece si buscamos una buena pizza al taglio?
Desandaron su camino acercándose al ruido del tráfico en la Salaria mientras con el rabillo del ojo Eneas veía que una pequeña ardilla subía a saltitos las escaleras del teatro.

lunes, 25 de agosto de 2008

Priscilla

Por la mañana, cruzando la fontera del mágico mundo del Coppedè demarcado por el río de coches de via Tagliamento y caminando por calles con nombres de río pero mucho más apacibles, subimos hasta la via Salaria a la altura de Villa Ada. Armando caminaba a mi lado, pensativo y mirando al suelo. En silencio intentábamos cruzar la estrecha y traficada via ante el hotel Panama donde concluía, como una vía muerta sin previo aviso, la acera de la derecha. El muro sucio de mil humos y macizo dejaba ver las copas de frondosos árboles como anunciando otro mundo con otras reglas, paisajes e historias pero contiguo, sin otra solución de continuidad que un muro y una vieja via consular.

Menos mal que era domingo y había pocos coches. Los que viajaban buscando el ‘salario’ en largas colas hoy habían interrumpido su ir y venir.

La mañana pasaba rapidísimamente. Entre los ríos el tiempo y la vida parecían ir hacia el mar. Todo fluye y Roma parecía presa de un misterio entre el fluir continuo, frenético y la solidez de sus rocas. La historia que arrastra todo y la memoria que lo quiere pesacar con sus anzuelos de cincel.

Cada generación ha querido tributar honor a lo efímero haciéndolo estable. Agua y rocas. ¡Qué bien sabía la vieja Roma de estas cosas!¡Qué triunfo el saber mostrarlo en sus fuentes con un estilo que Bernini leyó en el alma de la ciudad! Esta mañana clara de domingo no sería completa en su luz sin sus sombras, sin los recovecos que se celan en patios, chaflanes, cornisas, galerías, portales. La sombra es la que realmente muestra la existencia de este cuerpo real, tangible que es la ciudad. Y con las sombras el movimiento, como la espiral de la columna en la que las figuras desfilan ante el sol que les da vida al unirse con su sombra.

Metida en lo más profundo de la memoria, de lo que quiere ser eterno dentro del seno de la segura madre tierra, en la sombra fresca y húmeda, los cristianos han querido que allí brillaran sus lámparas, la estrella del Profeta y de los Magos, los colores del Fénix, del pavo real y un fuego de horno. Han querido que hubiera monstruos marinos de oscuro vientre para que de él saliera la luz. Han saludado con un ‘hasta pronto’ a los que estaban en el sueño de la espera. Corre sobre nuestras cabezas la via Salaria y los juegos de los niños en Villa Ada, mientras los iluminados volvían a pasar por el oscuro vientre de las aguas de la muerte en una dormir ya sin tiempo. En el tranquilo claustro de benedictinas, arriba, parecen seguir los pasos de la noble Priscilla, anfitriona que ha abierto su casa y su suelo complicándose la vida para que ésta entrara hasta lo más recóndito de su tiempo haciendo que su nombre no se extinguiera.

La memoria excava como arqueóloga porque ama las sombras, la luz de otros ojos que se han cerrado y que ella toca para acariciar y contemplar su última imagen porque sabe que todo pasa menos ella, dejando sus huellas en nuevos ojos, en el tacto. Estos dos sentidos llamaban a los demás en mí y las palabras brotaban como un himno de antiguos tiempos, nuevas como entonces. En los hielos del ártico el frío ha congelado el tiempo dejando las palabras heladas, el fluir sin frutos. He venido aquí y veo ahora que el recuerdo no es el frío témpano que antes temía sino la caricia de un viento lejano que es capaz de traer en su cuerpo el sonido, el aroma, el gusto de lo lejano. La memoria mía revive entre estas piedras, en el seno de la tierra, ante las tumbas vacías, las emociones, la realidad más efímera y eterna de esta conciencia de ser que somos.

lunes, 28 de julio de 2008

Luces y Sombras

Quizás no a todos los visitantes de Roma les gustan las antigüedades, las historias, los cuadros, sus calles. Recientemente una famosa escritora en la sala del Instituto Cervantes de Piazza Navona veía Roma como una ciudad entregada a los turistas, a los servicios que estos solicitan, en la que el centro histórico se iba despoblando de la auténtica vida de los barrios para dejar sitio a la gente de paso, a los apartamentos alquilados por días o semanas. Cuanto más ciudad ha sido Roma tanto más ha atraído a gentes de todas partes. Quizás lo que ahora sorprende es que mucha gente no viene por lo que Roma es, para quedarse o tener alguna relación con ella, sino para usarla. Quizás era esta cosificación y mercantilización lo que había notado Lucía Etxebarría, junto con el tráfico caótico...pero eso que se lo digan a César o a Plinio. El problema no es el comercio sino vender a la propia madre. Mucha gente venía a Roma a hacer negocios, a cambiar el mundo, a encontrar inspiración o belleza, a rezar o a meterse en política. Ahora mucha más gente viene para hacer negocios con Roma. No se venden o utilizan las antiguas piedras para traerlas a casa (aunque algunas hay en los mercados) sino que toda ella se reduce a algunas piedras famosas como fondo para una foto, un lugar de paso del que todos poseen información, el nombre de un restaurante, edificios famosos... Menos viven en ella, cada vez más de ella.

De pie, esperando ante la Camera di Commercio, junto al edificio de los carabinieri que se 'preocupan' por los bienes culturales -no está nada mal la Sede- en Piazza Sant’Ignazio, se echa de menos a alguien que sepa dónde va. Creo que en esto tenía razón Maurizio Wiesenthal: ‘Lo que distingue a un viajero es que sabe siempre donde está la puerta. Un turista es un desorientado’. Y creo que es cuetión de espíritu y no tanto de carteles...o del casi inconmensurable número de despistados que deambulan por la ciudad, como una epidemia contagiosa. Entre ellos y los que la transforman para ofrecer servicios a los que los pagan sigue caminando nuestra lozana diosa Roma, un poco niña, como en la fuente del Campidoglio y un poco figura de cartón piedra a punto de arder junto al altar de la patria.
Es una maravilla que ahora todos puedan hacer turismo en Roma. Quizás, tras el quinto vuelo o en el quinto pino de algún barrio perdido de la ciudad, aprendamos a viajar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Ars Lunga

La noche pasó rapidísima en un profundo sueño del que no quedaban rastros de imágenes aunque sí la sensación de haber estado muy lejos.
El aroma del café fue el que dio un poco de conciencia a sus movimientos.
Seguía sintiéndose con una sensación de tensión como la que lo había acompañado hasta el sueño la noche anterior. No era sólo cansancio. La necesidad de conciliar las múltiples facetas que le presentaba su vida y la vida que contemplaba. Sabía que toda persona tiene sus secretos pero no se podía reducir la comprensión de una persona a una vida secreta. Hay relaciones que son difíciles de explicar e intenciones oscuras pero no se pueden reducir a complots inexplicables y subterfugios exotéricos que condicionan toda la vida. Ver en todo un misterioso lado de intenciones deja en penumbra el verdadero misterio de los claroscuros de la vida. Y Roma era sobras y luz en todo momento.
-¿Qué tal has dormido?
-Muy bien, gracias. Donde vamos hoy.
-La verdad es que no lo sé. Estaba ojeando el Roma c’è para hacerme una idea. Sabes, en esta ciudad con miles de eventos y lugares para visitar que son como un río de sabia, es difícil encontrar las fuentes que te indiquen donde tomar el agua... si es que no acabas enredado en la Red.
-Abre el libreto en una página y lee la primera noticia que encuentres.
-Ah! lo dejamos al caso.
-¿Por qué no?
-‘Piazza Mincio. Desde las 10.00 hasta las 14.00 Actividades para niños y mayores descubriendo la arquitectura del barrio del Coppedè. Visitas guiadas, juegos al aire libre’.
-Venga, vamos.
Era una mañana templada que presagiaba la primavera.
En Termini cogieron el autobús 86 y se bajaron en Piazza Buenos Aires, Piazza Quadrata para los romanos.
Pasando la fachada brillante de mosaicos de la Iglesia Argentina llegaron a la entrada del barrio como si fuera una ciudad aparte. La entrada es como un inmenso chaflán protegido por torres, pero sus piedras eran figuras que lo convertían en un palacio. Una mole medieval con arquitectura barroca, recovecos góticos, arcos de época imperial, pinturas que recordaban el renacimiento florentino, ventanas traídas desde el neoclásico nórdico de los Savoya... ’Artis praecepta recentis maiorum exempla ostendo’ Lo antiguo y lo nuevo, la vida cotidiana y lo extravagante, la geometría y las figuras, lo útil y lo supérfluo se daban cita convertidos en piedra.
Familias con sus niños jugaban entorno a la fuente adornada por pequeñas ranas, más prosaicas y rumorosas de las tortugas del Gheto. Varios animadores repartían colores, cartulinas y papel, organizaban juegos dibujados sobre el asfalto. Algunas personas más mayores se habían reunido entorno a un guía que teatralmente hablaba del edificio de la Araña, de el de las Hadas, de los Embajadores, Zodíacos, relojes de sol... como un mundo de sueños hecho realidad. Los pequeños jugaban y los grandes se contaban cuentos.
Un niño, gracil, bajito, de pelo corto y encrespado, corría de un lado a otro, se subía en las vallas, hasta que de repente uno de los animadores extendió en el suelo un gran rollo de papel. Una senda imaginaria y virgen que lo hizo dejar todo, coger sus rotuladores y construir su propio mundo.
Eneas se quedó mirándolo hacer. Movimiento irrefrenable y control, un camino blanco y un mundo interior de mil colores. Ese era el misterio que lo asombraba: mundos que se entrelazaban, que se superponían. El niño, el barrio, Roma, movimientos y quietud. ¿Qué será de ese niño? ¿quién lo verá crecer?¿Revolucionará el arte o conducirá un taxi como Armando? Su viaje, cualquier escena de cualquier plaza tendría ya sentido y al mismo tiempo un halo de misterio, de compleja sorpresa preparada por la Providencia.
Normal, pequeña, insignificante para la trayectoria del mundo, como la mano de aquella niña llamada Esperanza, era aquella mañana fría y clara.

viernes, 9 de mayo de 2008

Segunda Noche

Final del día. El cuerpo molido y los sentidos embotados por la cerveza, la pizza y el cansancio.

Eneas se queda con la mirada fija en este hombre que tiene delante. Último bástago de una noble familia, taxista de toda la vida y guardián del viejo convento en el que vive y que es la desconocida embajada de su lejano Tierra Blanca en el centro del Mediterráneo. Y ahora lo descubre solitario filósofo de la ciudad. Amante de la sabiduría que mana en sus calles, en sus gentes, en la mísma índole del tiempo que transcurre diverso. Un día en Roma pueden ser mil años medidos en el reloj de los encuentros, en la arena de la herencia terrena de tantas manos que ya son polvo.

Filósofo que ahora pide la cuenta con la normalidad de los gestos cotidianos, con acento romano y ademanes teatrales. Dentro de la realidad que hace un momento parecía tener en su mano para observarla y ofrecérmela como un regalo.

Salimos a la calle y al poco divisamos el ábside de S. Maria Maggiore y la punta de su alto campanario ‘Astra Deus Nos Templa Damus Tu Sidera Pande’ Es la siguiente anotación en el viejo diario que está guiando sus pasos y que ha venido a su cabeza mezclada con el frío de la noche demasiado iluminada para poder ver las estrellas que orientan en la oscuridad. No pudiendo reconocer el regalo divino del firmamento, difícil de adivinar entre el claror anaranjado de las farolas, le quedan los correspondientes regalos de cortesía que las gentes de Roma han hecho por todas partes a la Providencia: sus templos.

Mañana sus pasos buscarán el camino que está trazado para él o el que él se construya con las formas, con las estrellas que consiga descubrir, agrupar, seguir en su movimiento constante. Es tan compleja la realidad que le gustaría ser Jano con sus dos frentes. Sentarse ante los pies del Filósofo capaz de escuchar la realidad y leerla, para recibirla como un regalo. Maestro y discípulo, hijo pródigo y hermano mayor. Descubriendo que son ciertas ambas partes y que en esto está la realidad de este misterio de nuestra vida. No negar los extremos ¿pero cómo se unen?

-Hasta mañana.

-Buonanotte!!!

Y así, medio despierto, medio dormido entró en su habitación, se tumbó en la cama enorme para su pequeño cuerpo y se durmió teniendo como último recuerdo el bailarín de la llama en la lámpara de plata. A la noche de la ciudad se sumaba la segunda noche del que llega a un cruce en su camino.

jueves, 24 de abril de 2008

El zapatero de Augusto

¿¡Sabes!? – dijo Armando recostándose en el respaldo de su silla mientras ponía las manos sobre la barriga- Un mañana hace ya unos años recibí una llamada para recoger a unos clientes que salían del consulado de España en via di Campo Marzio. Llegué con el taxi y me dijeron que esperara, así que fui a tomar un café. Saliendo de la cafetería a la izquierda me llamó la atención un portal oscuro y profundo del que me llegaban unas voces y un sonido de pequeños golpes secos.

Entré, recorrí el pasillo hasta una vieja puerta de madera con cristales finos y bastante sucios. Dentro se veía un zapatero con su delantal de cuero, sus cientos de zapatos llenos de polvo como souvenirs de otros tantos clientes, princesas y príncipes de las 12 que no han encontrado quien los buscara. Estaba hablando con otro viejecillo de bigote amarillento sobre un cigarrillo que parecía formar parte de él.

-¡Buenos días! Saludé, tras abrir tímidamente la puerta. El zapatero, dejó de hablar y por un momento levantó la vista del zapato que tenía entre manos, sabe Dios desde hace cuánto tiempo. Parecía que su trabajo era una excusa para estar allí, para la conversación, casi una excusa para su tiempo.

-He visto que están en obras en el edificio, ‘zio’ ¿Le cambian la ‘bottega’?

-No, ¡qué va! es lo de siempre. Aquí debajo hay una piedra de Augusto. Parece que tiene inscripciones romanas, algo sobre la sombra del obelisco que ahora está al otro lado del Parlamento, en Montecitorio. Los de la Academia alemana de arqueología siempre andan con trabajos y excavaciones.

-En este barrio, con todo el mundo de los políticos y las tiendas elegantes, ¿cómo logra sobrevivir?

-Por la buena compañía. Cada día pasan por aquí mis amigos. A propósito, él es Peppe. Y luego están todas las otras personas de las que nadie se acuerda y que estuvieron por acá, desde el tal Augusto hasta mi padre, que abrió esta zapatería antes de la guerra viniendo desde Frascati. El mundo de Montecitorio, de los que pasan con sus vidas ajetreadas sin entrar nunca en este portal, es un mundo solitario donde lo que importa son los propios intereses, donde no hay tiempo para hablar simplemente por el placer de hablar, para tenerse compañía. A mi edad he descubierto que en cualquier edad lo que da más satisfacción es no estar solo. Roma es cada vez más, una ciudad de solitarios, cuando siempre ha sido la ciudad de los encuentros, con los que estaban y los que están y aquí nos encontramos. A Dante lo acompañó Virgilio, a mí me acompaña su jefe Augusto.

Luego tuve que ir ‘al encuentro’ de los clientes, dejando para otra coincidencia otra visita al zapatero de Augusto.

Quizás tienes que encontrar algo o a alguien en Roma, como tantos antes que tú. Un lazo, el del encuentro, que quiere ir más allá de la muerte y da la medida de tu valor.

jueves, 20 de marzo de 2008

Sobremesa Nocturna

De la Gran Isla de Albión habían llegado rumores, noticias de una gran ciudad en el pequeño mediterráneo. Unos hombres que habían llegado en forma de fama hasta las regiones boreales. En la gran llanura de hielo, el eco de sus voces corría libre hasta que resonó en su corazón calentándolo con la imagen de los colores que no conocían. Y empezó la curiosidad.

Decían que allí se podía saber el sabor del sol, sentir el tacto del calor, nadar en la luz, pescar mil sonidos que formaban una sinfonía con los miles de colores. Y el elegido como el mejor de los que habitaban aquellas tierras emprendió el viaje.

Siempre habían estado las colinas junto al Tíber, siempre los hielos perpetuos. ¿Qué habrá hecho de aquel momento el del encuentro? En el caminar de las cosas y las acciones formando la historia, inconsciente o seguida-recordada ¿qué designio provoca la novedad que nace de la relación? Un camino para salir y llegar, encontrar y compartir.

Con el corteo de Carlomagno entró, como una comparsa extraña pero sin llamar la atención.

Se perdió en la menguada ciudad reducida a algunos barrios. Pero latía en germen tras los muros de sus basílicas, en los restos sepultados o camuflados en la vegetación como rocas sin significado. Y él aprendió a ver el futuro en el pasado. A sentir el latir acelerado de los ríos de miles de personas que respondían a los dones de la historia, de la Providencia, de una predilección de la naturaleza que no se cansa de estas colinas como si fueran su hijo pródigo: tantas veces sede de luchas, destrucción, derroche de vida...Tantas veces encarnación del regreso a ‘casa’, al renacer de nueva vida, del perdón y la magnanimidad.

Y ese camino, este lugar, mi vida continúa hoy por Roma.

martes, 26 de febrero de 2008

Volver

La temprana noche de invierno los recibe. Sólo ahora Eneas se da cuenta de que Armando le estaba esperando para cenar en via del Boschetto. Lo había saludado porque a él eso de los Museos no le va. En su vida de romano ha entrado en los Museos Capitolinos una vez, de niño, con su escuela. Ya ha cumplido con este tributo a la Ciudad del Arte.

Lento piede, como dicen los romanos, va subiendo por via Quattro Fontane hasta llegar a...las 4 fuentes: Una loma al final de una cuesta desde la que divisar 4 puntos importantes de la ciudad. En frente el obelisco de Sta. Maria Maggiore, a su espalda el de Trinità dei Monti, a la izquierda allá al fondo Porta Pia, a la derecha la suave bajada del Monte Cavallo hasta el Quirinale.

Principio y fin. S. Carlino. Diminutivo cariñoso para esta iglesia que ha marcado la vida del Borromini. Sus líneas en movimiento le invitan a entrar, rápida y fugazmente, como un pequeño oasis de una única palma que se eleva en forma de elipsis crecida al lado de un pozo. ¡Qué frescura! Blanca piedra y pozo blanco. Sin más. Una sencillez que invita al sosiego.

Sale del claustro a la exigua acera en la que las motos casi lo rozan. A la derecha se eleva la mole del palacio del Quirinale como un inmenso cuartel que ha ido creciendo como su importancia para la reciente República.

Otra iglesia. Y sus pies sin querer suben la escalinta. Es un pequeño teatro. Un teatro para la representación de los sagrados misterios. La escultura y la arquitectura se unen en el escenario. Y otro drama de vida se esconde en los alojamientos adyacentes de los novicios jesuitas. San Estanislao reposa en un recuerdo convertido en piedra, exhausto tras su largo peregrinar de miedo y esperanza.

Estático, Carlo Alberto, sigue cabalgando en un parque extraño. A la quietud de Estanislao, que descansa al final de su camino, sigue el movimiento marcial parado artificialmente por la fuerza del bronce. A los mil colores de las pinturas de Andrea Pozzo entorno al negro y blanco de la escultura, el verde en sus múltiples tonos del bronce y la vegetación. Como un hueco en el espacio de la calle este parque sigue llamando por sus antiguas iglesias de Santa Chiara y Sta. Maria Maddalena sacrificadas ante la llegada del emperador teutónico Guillermo II. Europa en Roma y Roma que se transforma como escenario de encuentros y separaciones. Reyes conocidos para algunos y desconocidos para la mayoría, razones de la política que se pierden en un contexto lejano mil años más que su lejano y querido Polo. Y él sigue, pisando esos caminos, como heredero de un reino desconocido al que jamás se ha dedicado una calle, sin estatuas ecuestres ni más herencia que un viaje.

Es ya muy tarde, pasa ante el Quirinal viendo a lo lejos la Cúpula iluminada de S. Pedro y la ciudad a sus pies. ¿Volverán sus pasos a adentrarlo en el mundo de Quirino, del antiguo Capitolio, los Colonna, las antiguas termas de Constantino, los Pallavicini, S. Silvestro? ¿Cuántas vidas puede durar su viaje? ¿Será él quién podrá encontrar al fin el secreto que Roma tiene escondido para él y que le permitirá volver a su tierra para ser coronado o lo hará otro, cuando él haya consumado su tiempo explorando algún canal de la eternidad romana?

Llega a Largo Magnanapoli y se dirige a via del Boschetto atravesando, a la romana, la ancha via Nazionale.
Tiene hambre y le espera una pizza interminable cuanto su hambre en Al Giubileo. Ya ve la cara de enfado de Armando, muerto de frío.

Aprende a ser parte del pueblo cansado que regresa del peregrinar diario. Así es cada día y la vida, también del que conduce vidas. Dice el diario de su antepasado al final de su primera jornada.

Carlo, el camarero, empieza con una Margherita y una birra que hacen cambiar la expresión de Armando. Ahora, la conversación se anima y al fin Armando se atreve a preguntarle qué hace él tan lejos de su tierra y cómo ha llegado a ser el propietario del antiguo convento de Monti en el que vive como guardián.

martes, 12 de febrero de 2008

Tres abejas

Subido a última roca rodeada por la marea que va subiendo. Así se veía Eneas sobre la colina en la que reposa el Palazzo Barberini. La pequeña fuente en la explanada ante la fachada está pidiendo espacio, una ladera por la que descienda la vista. En cambio, la marea de edificios salpica con sus ventanas el mínimo espacio como una amenaza constante de lo cambiante. Eneas se refugia en su sólidez y entra en el ala izquierda ocupada por el Museo de Arte Antigua.

El pecado de Pedro: Yo te seguiré hasta la muerte. ¿Tú a mí lavarme los pies?...Pues entonces no sólo los pies sino las manos, la cabeza y el cuerpo entero. Alejate de mí que soy pecador. Señor, tú lo sabes todo... Orgulloso de sus orígenes y de su tradición, seguro de sí hasta la arrogancia pero capaz de llorar cuando descubre sus miserias. Y tras Pedro, una larga serie de hombres que han ocupado su cátedra, dejando blasones y escudos por todas partes...e incluso abejas, laboriosas, que espian desde cualquier esquina, que se posan en todas las bellas flores de la ciudad, magnánimas donadoras del precioso néctar que recogen, capaces de mostrar el sabor que esconden los colores de la naturaleza.

Y esas abejas se han posado en las telas del palacio, han recogido dulces colores de aceite y pigmentos, el sabio mezclarse con los pinceles como una danza que indicaba los mejores campos en para el deleite de los sentidos.

Arquitectura en movimiento, como un panal de proporciones gigantescamente armónicas en las que imaginar las danzas del poder. La Reina y su corte. El león que permanece estático en piedra, fuerte pero inútil en su papel de devorador...mientras las abejas ordenadas ascienden por la escalera en un movimiento que circunda una columna cuadrada de aire, rodeada de columnas circulares de piedra. ¡Qué contrastes! El Pedro seguro de sí y que llora, el que tiene las llaves y debe ser ceñido por otros, el que mantiene alta su cabeza diciendo que la Cruz no es digna de su Maestro pero prefiere morir haciendo el pino unido a una cruz. Roma: gloria y meseria mezcladas indisolublemente como la oscuridad necesaria para pintar su luz, como la riqueza que revolotea en los recovecos escondiéndose a las miradas y luego se da derramándose como el agua y el sol.

Un grupo de estudiantes de español pasan a su lado mientras subía lentamente la escalinata. Van con los ojos nuevos, abiertos, pausados, que saborean los espacios, acariciando la piedra labrada para recoger sus huellas en la piel y dejar un toque humano en cada espacio. Un mundo construido para otros hombres por otros hombres pero que, como en una danza de los sentidos y las armonías, indica una realidad ultraterrena que han descubierto. Aire, colores, movimiento y las abejas alzan su vuelo hasta una gloria que las espera y espera a los que alzan sus ojos.

Al salir, ya en la noche, las risas alegres del grupo hacen que el agua de la fuente cante, como a la salida de una fiesta en palacio.