miércoles, 10 de noviembre de 2010

Notas en piazza dei Massimi

“Cada uno de los momentos en los que se decide una doble opción sin más medios que la esperanza, siguiendo razones en busca de una razón que dirima los dilemas.
¿Hacia donde ir sin que nada de lo que ha pasado pueda decidir lo que haré?
Corre el vuelo de las horas, los empeños y si alguien se para para mirar se extraña, es un extraño que se pone fuera. Y fuera no existen fronteras, documentos ni residencia. Fuera todo es un viaje sin puntos de referencia y abierto a lo que pueda pasar. Fuera no es un lugar sino lo que de un lugar se deja como ajeno, como proprio de otros o al menos, sin propiedad. En un lugar nuestro se extiende nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras costumbres y deseos. De un lugar nuestro decidimos con casi la misma determinación que sobre nuestro destino y seguramente con más empeño, con más frecuencia y más radicalmente. Para tener un lugar nuestro pintamos y repintamos, empeñamos nuestras horas de trabajo y las opciones de nuestro descanso. Mientras fuera queda el reino de los otros, otros de la puerta de al lado, de la acera de enfrente, del otro barrio, .. siempre en la incomodidad de lo que está lejos, de lo que no es del todo nuestro hasta convertirse en un auténtico forastero. Fuera tiene que estar fuera, lejos, misteriosa y extraña, desconocida y difícil, inalcanzable por la costumbre, fría.
Fuera están los que no forman parte de mí, o quizás de mi familia o quizás de mi pueblo, de mi nación, del continente, del mundo. Cuanto más lejos está el fuera curiosamente el propio dentro, el propio lugar es más grande. Miras expansionistas. Quien mucho abarca poco aprieta. Si todo está dentro, no hay nada fuera, no hay límites ni formas, no hay un lugar distinto de otro ni lazos, razones, nada que se pueda llamar más cercano, más asiduo, mío nada.
Señor de todo y de nada.
Señor es lo que soy. ¿De qué? Mucha gente es dueña de sus cosas, de su tiempo, de sus relaciones, de sus empeños y consecuencias. Otros, a malas penas de su propia persona, otros sólo de la posibilidad de dar lo que son, reducido su centro al menos a seguir existiendo.
En plaza Massimo las pinturas están fuera. Quizás alguien de dentro ha querido mostrar algo a los de fuera. ¿Ganas de acaparar lo de fuera?¿usurpar o compartir?¿Tender los brazos para un abrazo o para atraparte? En estos dilemas existe una frontera, un límite, una pared de separación que tanto puede ser fachada y máscara que habla cuanto muro y antifaz que esconde.
Palabras lejanas, susurros de una voz desgastada por el tiempo, las imágenes de aquellas mujeres victoriosas son un ejemplo de un modo de entender el espacio de ‘fuera’. Es como si con ellas se quisiera luchar contra la intemperie sabiendo que, aunque se está mucho mejor dentro, protegidos y sin luchas, fuera es donde se encuentra todo lo que aún es otro, más o menos, de mí.
Compartir el tiempo, los espacios y los sueños con otra persona o quitarle su vida, condenarlo a no tener un lugar entre los vivos sino en los sueños del recuerdo. Dos acciones que parecen contradictorias y aparecen ante mis ojos como dos ejemplos de victoria, de heroicidad, de cariño: empezar una historia y acabar con un enemigo. ¿Hay algo tan grande que pueda justificar esta muerte, que pueda unir dos destinos? ”

Tras varios días buscando la misteriosa fachada Eneas la encontró en piazza Massimi, al lado de la siempre concurrida Piazza Navona. La buscaba con la ilusión del que viaja a un lugar que ha tenido un significado, un lugar descrito y vivido, haciéndose partícipe, al fin, de lo que un día fue un simple diario que le habían entregado, incomprensible y lleno de palabras rituales pero vacías. Ahora él escribía su propio diario añadiendo una hoja que colocó junto a lo que estaba escrito. El monólogo se hacía diálogo y teatro.

Antes de apagar la luz y cerrar el diario pasó una página. ‘Serpenteante, entre montes, hay una vía y una plaza con su fuente. Otra ciudad con algarabía de gitanos y un viejo pajar en el que incluso los piojos pueden llegar al cielo’.

sábado, 9 de octubre de 2010

La búsqueda por encontrar, para encontrar


Las 10 menos 5 minutos. Eneas baja del tranvía número 2 más o menos a mitad de la recta que forma la via Flaminia saliendo de piazza del Popolo antes de llegar a Ponte Milvio.
Las líneas de hierro hacen aún más recto el trazado, como si fueran las líneas de un estudio de perspectivas. En ese estudio, en ese cuadro, la iglesia de Sant’Andrea ha quedado en otro nivel, como perteneciente a un diseño anterior que a mala pena se integra en la estructura del cuadro. El tranvía con sus raíles parece que le pisa los pies, dejándola aislada del resto del barrio, como si el jardín y la cercana colina del Parioli fueran otro país con una frontera trazada con dos líneas de hierro.
El jardín con encinas que está al lado de la iglesia se resiste a entrar en la ciudad. Los esfuerzos por convertirlo en un lugar de paseo se han estrellado ante la soledad de los pichones, de algunos paseantes con sus perros y grupos de filipinos al amparo de esta marca en el límite de un espacio lejano 10 metros del barrio con nombres de pintores pero tan invalicable como la más férrea de las fronteras montañosas.
Andrea, hombre, y Pietro, piedra. Dos hermanos que Roma, por distintos motivos ha unido en uno de esos juegos de la historia. Dos nombres que han tenido descendencia de hombres y de piedras, de historias vividas y contadas en lugares, en edificios y esculturas.
Como una estatua, surgida como una sombra de hombre en piedra, Eneas descubrió que alguien lo observaba inmóvil en la sombra de una encina.
-¿Por qué estás aquí?
-¿Es usted el que me ha enviado el mensaje?
-¿Por qué estás aquí, en Roma?
-Porque me han enviado.
-Y ¿por qué o para qué te han enviado?
-No lo sé.
-Tienes una semana para descubrirlo ¿no es así?. Roma será tu lugar de nacimiento o te quedarás como yo, para que sea el lugar en que se cierren tus ojos. Sigue con tu diario para que no dejes de darte cuenta de lo que pasa, de lo que te pasa.
-Roma está llena de lugares, nombres, hechos, obras... y ¿qué tienen que ver conmigo, con el lugar de dónde vengo o con lo que haré?
-Quizás en algo te puedo ayudar. Así me lo ha pedido Armando pues, hace años, él también me alojó en su casa. No pienses que las cosas que encuentras por la ciudad están lejos de tu vida o son datos, material de estudio o de observación. Cuando descubras lo que te dicen encontrarás una respuesta... aunque también será una respuesta que todo siga en silencio.
-Las cosas, todo. Al final, es tan vasto ese ‘todo’ que aunque hubiera una voz, en aquellas distancias no llegaría ni a murmullo.
-No tengas prisa. Sigue con tu diario pues las palabras leídas te enseñarán a escuchar.
Saliendo de la sombra, sin mirarle, se encaminó hacia Valle Giulia. Ni siquiera pudo verle la cara. Estaba vestido con un pantalón marrón de pana, de líneas gruesas y un poco gastadas, amplio, casi vacío, cubriendo unas piernas que a mala pena aparecían como una esquina aguda al levantar el pie del suelo para avanzar. Llevaba una americana verde oscuro, también ésta demasiado grande para sus espaldas, como un trofeo de un tiempo mejor o el regalo de un extraño que siempre se quedará sin destino, sin anunciar nada más que el dejar, dejadez o puro regalo. A cada paso parecía que la dirección que había escogido podría haber sido cualquier otra; no por indecisión, al contrario, sino porque en todas partes algo lo habría esperado. Incluso aquel parque en la Via Flaminia parecía un rincón de su casa.
Eneas abrió el diario que siempre llevaba con él pero que desde hacía mucho tiempo no había leído.
Con aquella letra dibujada y pareja leyó: ‘He descubierto una fachada pintada, como un rostro con afeites, pero ajado de años como una máscara. Máscara de mujer que se entrega en matrimonio y de mujer que es capaz de quitar la vida. Dos gestos que no se esconden ¿por amor o locura?’
Una pregunta y un lugar. Lo primero que haría sería buscar esta fachada.

lunes, 14 de junio de 2010

‘Si chiede gentilmente’

‘Se ruega amablemente que dejen libre el paso’. Junto a la entrada de un garage se leía un cartel escrito a mano. Quizás se pueda rogar escorbúticamente o enconadamente, quizás encubiertamente o subterfugiamente. Quizás, por todas esas formas de rogar posibles, es necesario para un italiano poner por escrito la forma más ‘explicativa’, la que da efecto y determina como diferencia específica, definición ante cualquier otra forma de solicitud.
Tras un café en el bar de la esquina Eneas había entrado en una especie de librería cerca de Piazza Indipendenza en la que se acumulaban DVD, libros, revistas, suplementos: una especie de ‘antiquarium’ de los quioscos de la ciudad. ‘È severamente vietato aprire i DVD’ (está severamente prohibido abrir los DVD). En ese momento Eneas encontró la mirada de la señora que estaba al otro lado del mostrador. Una mirada de indiferente indiferencia. Todo en esta ciudad parecía una figura retórica, una amplificación redundante, como si la simplicidad estuviera enterrada bajo varios estratos. En Roma estaba visto que era imposible decir una palabra sin dejar intuir alguno de los diversos niveles o matices. Quizás por ello hay que escarbar en las conversaciones y no dejar de lado las miradas y los gestos.
Compró una vieja película de Totó.
‘Signori si nasce e io lo nacqui modestamente’ ‘Señores se nace y yo lo nací modestamente’ En casa, por la tarde, Totó los había hecho reír y sentir que ‘Signori si nasce’ y también la ‘Miseria e nobiltà’ que se encuentra en cada uno, motivo de risa viéndola ahí, fuera, con los ojos y la distancia de un espectador, con un juego de palabras muy serio. Un adverbio, algo arrojado hacia el verbo para dejar una pintada, un vestido que lo hace más complicadamente humano.
Aquella risa era como un espejo, como verse con la mirada de otro. Sorprendentemente pequeño, con unas cuantas primaveras vividas y sin saber cuántas más vendrán. Las imágenes de su vida pasaban ante él como un montaje de fotogramas a primera vista ilógico y frenético.
Inopinadamente un hilo, una trama: una tarde lluviosa, la voz de aquella chica, el cielo y el mar de los cuadros de Sorolla, hicieron revivir los sentimientos y pensamientos que habían sido esperanzas, sueños, dolor y que ahora eran recuerdos. Hay un extraño juego de decisiones que encauzan los pasos determinando un sendero que, en algunos momentos de la vida, podemos contemplar. Señor se nace... o se hace al caminar.
-Eneas, despierta. Es hora de irse a la cama.
Alegremente, Marta lo había zarandeado haciéndole salir de su sopor.
Dirigiéndose hacia su habitación pensó en el día siguiente.
‘Mañana a las 10.00 le espero en el jardín de via Flaminia junto a la iglesia de Sant’Andrea’.
Había recibido este mensaje sin remite, escrito con letra redonda y bien pareja.
Descubrió que también él, en cada palabra que decía, encontraba historias y matices, fotogramas que en él se habían combinado en una forma única ¿quién vería Tintín acordándose de Sorolla?¿quién vería el rostro severo de la vendedora del quiosco al escuchar a Totó? Y el camino parecía no concluirse por ahora. Mañana también la iglesia de Sant’Andrea tendría un nuevo fotograma, un nuevo rostro y quién sabe el rumbo que seguirían sus pasos. Era la miseria de elegir entre las mil callejuelas de su vida y la nobleza de caminar como un señor de sus propios pasos.

martes, 13 de abril de 2010

La nuca de Termini

‘Rostros de sol, oscuros; blancos como la nieve que refleja la luz; atentos y somnolientos, distraídos los más; parecidos según el paisaje que durante siglos los ha labrado y siempre distintos en millones de variantes irrepetibles como el agua de este río humano.’ Eneas leía el diario escrito hace dos generaciones durante un paseo por los alrededores de la vieja estación de Termini.
Turistas y viajeros, apasionados de la ciudad, inmigrados por necesidad o elección, siempre por algo nuevo. Roma es una cinta que hace perennemente de meta, nunca definitiva, enganchada en el pecho de quien por vivir, no se para. Un 'término' como linde con otra realidad, como una frontera hacia sus mundos interiores y hacia otros confines que contemporáneamente la tocan. Término. Fin y palabra. Piel de Roma.
En el bullicio y las carreras de Piazza dei Cinquecento, Eneas apoyó su mano en el frío metal de un poste indicando la parada del 86. Contemplaba la fachada de la estación en toda su anchura. Veía aquel rostro con los mil detalles de los rasgos: oscuros de sol, blancos, atentos y somnolientos. Lo observaba a ras de piel, formando parte de ese cuerpo, como parte de su circulación y a la vez con la ligera diferencia de quien observa y que, por tanto, es otro.
Tras un rato en su atalaya interna, leyendo rostros, lo fascinó la curiosidad por descubrir la intimidad, la nuca que se velaba tras aquellos labios siempre entreabiertos.
Pasó otro límite: la muralla serviana con sus grandes bloques de un color ocre, como un lunar. Con la vista puesta en el largo perfil que se adivinaba en via Marsala, entre los mil enredados cabellos del tráfico caótico de taxis, coches y autobuses movidos por la brisa constante de la prisa, seguía caminando acariciando de vez en cuando aquella piel de travertino como si el tacto fuera la mejor garantía para no alejarse de aquel cuerpo distendido junto a él.
Ahora descendía. Una pequeña pendiente que dejaba atrás maletas y taxis. Ya no se escuchaban voces sino que el tacto y la vista lo eran todo.
Un arco. Un arco como un cuello de camisa. Un arco como un cuerpo extraño que indicaba otro límite, apoyado en él como un vestido, hablando de otras manos, de otra piel.
Al otro lado, un cubo de lata hace de silla. Un viejecillo de piel color ceniza y barba de varios días, con una maquina a pilas, da los últimos retoques a la nuca de un joven, delgado, inclinado hacia adelante como a punto de recibir el hacha de un verdugo. Negros hilos, más oscuros que el rincón más apartado, yacen bajo las pisadas del anciano como una alfombra de despojos. Una fila de hombres, bajo los soportales atraviesa la frontera de aquel Arco para entrar en el Ostello de la Caritas.
Como en la nuca de aquel chico se dibujaba ahora una zona ligeramente más clara, desnuda del sol que la hace normal a la miradas, aquella nuca de Termini había atrapado en su sombra el límite innombrable más allá del cual no quieren ir los ojos. Eneas había llegado a tientas. Había sentido como se estremecía la tierra toda. Hay palabras que tocan, que se hacen carne y carne que es palabra, gemido y trazado.
Escribe rápidamente en su diario: ‘En Roma la luz es clara, fuerte el sol. El aire y la lluvia la limpian, se oye su voz en cientos de fuentes, en miles de bares y calles. El rostro de la ciudad es trigueño, con la barbilla alzada, buscado como los brotes la luz. Ese rostro no existe sin su nuca. Es su término: una sombra llena de cosquillas, de escalofríos, de sentidos a flor de piel donde sólo me puedo adentrar con tacto.’

viernes, 5 de marzo de 2010

Narcileones

Nubes altas hacían que la aurora no traspasara con su luz los cristales de la ventana. Sabía que era el momento de levantarse de la cama pero esperaba algún movimiento, algún sonido que le indicara que alguien ya había inaugurado el nuevo día y lo esperaba.
Los pasos en el pasillo de techo altísimo eran la señal que estaba esperando.
-Buongiorno
-Buongiorno, ¿hoy qué piensas hacer? Ayer no te ví entrar ¿volviste tarde?
-¡Cuántas preguntas! Tomemos un café.
Ya la maquinilla estaba borbotando la densa y cremosa espuma. Dos tacitas.
-Sin azúcar, gracias. ¡Ah!
El torpor de la noche, de todas formas, no quería irse.
Armando le hablaba ahora de un extraño sueño. En la oscuridad, entre coches que dejaban estelas de luces, en una calle sin edificios que detuvieran al menos la curiosidad de los ojos, una mancha de luz quedaba mendigante al borde del tráfico.
Piedras viejas recién limpiadas, pequeños árboles apenas plantados, bancos que conservaban el brillo del barniz, todo como un regalo demasiado nuevo para los conductores que nada esperan. Movía a piedad y compasión, mezcladas con un punto de rabia justiciera. Empezó a escavar un foso, como una enorme trinchera, pero no era para refugiarse o construir un muro, era para meterse bajo tierra, bajo aquella piel maquillada, tocar los huesos de piedra de aquella pared-rostro que desentonaba de todo el resto. Escavando llegó a un pequeño hilo de agua que se perdía en mil gotas entre tubos, alcantarillas y cimientos.
‘De repente me di cuenta de que a mi espalda oía el rumor del agua de un río. Cada vez se oía más distintamente. El agua empezó a subir hasta inundar todo y llevarme con su corriente. La corriente había arrastrado también una multitud de coches que avanzaban más lentamente que yo. En el agua serprenteaba entre ellos. No sabía cómo salir de aquel río hasta que ante mí apareció una especie de torre antigua, como una isla que dividía en dos el curso del agua. Estaba rodeada de una reja a la que conseguí agarrarme. La corriente tiraba de mí con violencia con unas manos frías implacables. Al final, pude ascender lentamente por la reja hasta llegar a una de las paredes de rugoso ladrillo de aquella construcción. Un pilar sin puente, un lugar al que no se llegada desde ninguna parte, algo que no tenía sentido pero que me hizo descansar. Rendido me dormí en sueños.’
Marta entró con su mochila y una hoja en la mano.
-Papá, mira lo que he dibujado. Es un narcileón.
-¿Un qué?
-Lo contrario del camaleón. Es un animal que me he inventado, al que le gusta mucho mostrarse y llamar la atención. Aquí está en una jungla y se ha ‘mimetizado’ de oveja.¿Te gusta?
-Es muy bonito, aunque extraño. Parece que está a punto de explotar con las ganas de hacerse más grande.
-Tendrías que verlo convertido en foca en el desierto. ¿Qué me has puesto para merendar?
-Tostadas con mermelada. Vamos, que si no llegamos tarde.
Tras dejar a Marta en la escuela Armando le dijo que lo llevaría a dar una vuelta en su taxi. En medio del tráfico de la mañana Armando conducía con un instintivo espíritu de competición. Sin embargo, no tenía prisa. Sólo quería mostrarle dos lugares en los que la ciudad se había adueñado de su sueño: una fuente entre la colina de Villa Glori y el río Aniene y los restos de una construcción romana en el ‘quartiere africano’; la Fuente del ‘Acqua Acetosa’ y la ‘Sedia del diavolo’.

Son lugares en los que el tiempo hace sombra. Es como la figura de un viejecillo de paso lento que se nota a leguas a la entrada de una disco, destacándose no por su líneas imponentes sino por negación de sus contornos. Un narcileón involuntario que el tiempo ha dejado al descubierto, mal colocado en el juego del animal y su hábitat. Eran como ninfas que intentaban jugar entre prados, amores furtivos y manantiales de salud a las que el tiempo descubrió con su linterna desnudándolas del vestido de sus bosques. Los traicionó su sombra. Sus figuras quedaron recortadas, sin cauce, sin el volumen de un cuerpo. Antes se notaba su escondido escondite. Ahora se ve imponente su sombra, la incongruente ausencia de su contexto.